El Rey Juan Carlos

01 oct 2022 / 16:00 H.
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Don Juan Carlos saludó por primera vez como rey desde los balcones del Palacio de Oriente en una mañana soleada y fría de un noviembre lejano, lejanísimo, en una España con esperanza y miedo, ante un auditorio considerablemente menor a los que habían aclamado allí al dictador semanas antes, y un franquista exclamó: “Este rey no despierta la ilusión del Generalísimo, esto ya no es igual”. Juan Carlos I pilotó la remota Transición, que supuso en principio el paso de un liberalismo heredado a un socialismo liberal. El Rey, pocos años después, propició el “juancarlismo”, al que se adhirieron muchos republicanos, a raíz de su decidido posicionamiento en favor de la democracia tras la asonada de Antonio Tejero en la oscura y larga noche en Las Cortes del “sesientencoño” (Francisco Umbral). Pero el “juancarlismo” se diluyó y ha tornado en indignación a raíz de las consecuencias de las aventuras galantes y de la máquina de contar dinero, entre otras cosas, de Don Juan Carlos, y ya quedan escasos “juancarlistas”, en todo caso Laurence Debray, “una de las pocas apologetas del rey Juan Carlos I”, como ha escrito en reciente artículo el profesor Ignacio Sánchez Cuenca.

Esta es una época extraña, en la que hay dos Papas de Roma y, en España, dos reyes. El grupo Imprebís lo dice en su extraordinaria función en el Teatro Alfil de Madrid: “No puede haber dos reyes. Eso solo ocurre en España. Igual nos saltamos un rey que tenemos dos al mismo tiempo”. Porque tenemos al Rey y al rey. Y padre e hijo, o viceversa, no se hablan. Y así, ajenos el uno del otro, se les vio, sentados juntos por primera vez en mucho tiempo, durante el funeral de Estado en Londres de Isabel II. La periodista Luz Sánchez Mellado ha escrito en El País: “El marco incomparable, la música apabullante, la emoción propia y la colectiva ayudaban a disimular cualquier otro sentimiento que pudiera pasarles por dentro, más allá de una foto en la que vemos a Don Juan Carlos y doña Sofía muertos de la risa, ellos sabrán por qué demonios, más allá de por el hecho de estar vivos y alternando, y no ser ellos mismos los del armón mortuorio”. Don Juan Carlos, de 84 años, visiblemente torpe de movimientos y aferrado al brazo de un escolta para poder caminar, marchó inmediatamente después del funeral a Abu Dabi, el lugar de su residencia/exilio, y tras los muchos días en los que se paralizó la actualidad en todo el mundo para vivir el luto por la muerte de la reina de Inglaterra, en España surgió el debate de cómo será el funeral por el Emérito. El periodista andaluz Manuel Marín serenó los ánimos en Onda Madrid, donde es tertuliano: “Aquí, como decía Rubalcaba, enterramos muy bien. Llegado el día, se olvidarán muchas cosas, y don Juan Carlos tendrá un extraordinario sepelio”. Juan Carlos I se acercaba a comer tortilla de patatas con los periodistas que cubrían informativamente las maniobras militares en la base de El Arenosillo, en Huelva. Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, ha asegurado recientemente que Don Juan Carlos ha supuesto la mayor decepción de su vida, y que un día que el Emérito lo llamó no le cogió el teléfono. Pero Don Juan Carlos está a miles de kilómetros de España, padeciendo la maldición de los borbones, Alfonso XIII y Don Juan murieron lejos de su país, de su patria, y aquí nadie recuerda aquel verso del poeta José Hierro: “El hombre es fuego y es lluvia, lo hace el odio y el perdón”.

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