El regreso de Vandelvira

02 jul 2022 / 16:33 H.
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El suave aleteo de una paloma me ha llevado de nuevo a hilvanar sueño y realidad en esa galería celeste en la que me muevo. Albergáis mi cuerpo en la cripta de San Ildefonso, desde aquel lejano 1575, aunque en el XVII me cambiasteis de lugar en honor a mi Señora la Virgen de la Capilla cuyo Camarín, sin duda, merecía mayor gloria que mis mortales restos. Pero mi mirada, mi corazón broncíneo, ajeno ya al tiempo, está apenas unos metros más arriba con solo caminar hasta los muros de la egregia Catedral en la que puse todo mi esfuerzo, devoción y empeño. Ahí veo pasar las generaciones de jiennenses y me veo reflejado en los ojos de quienes se asombran de mi obra, en las mentes, incluso, de los que sé que me recuerdan, investigan y hacen suya mi historia o sencillamente me recreo con ese cielo de Jaén acariciado por el ágil vuelo de las aves, el perfume de los naranjos o el rumor de los olivos.

Ese rumor me acerca a los lugares por los que fui edificando capillas, iglesias, conventos, catedrales, castillos, palacios, ermitas, puentes, hospitales o edificios públicos en pueblos y ciudades de vuestra geografía. Tantos fueron que mi pobre memoria no alcanza a recordarlos en su totalidad, pero sí que me vienen recuerdos de Baeza, Sabiote, Villacarrillo, Mancha Real, Huelma, Linares, Úbeda, La Guardia, Torreperogil, Alcaudete, Torres y algunos más que sabréis disculpar si no los nombro. En todos y cada uno de ellos encontraréis muestra de mi entrega a vuestra tierra, de mis desvelos por ajustar bóvedas, cincelar sillares, levantar torres, alzar columnas, dibujar arcos o diseñar puentes sobre vuestros cauces. Llevé y sigo llevando a Jaén entre mis venas, aunque sean ya de polvo carcomido o aleación altiva. Mis latidos sonaron y siguen sonando a campana jaenera, a espadaña entre olivares, a honra de Nuestro Señor y a aromas de tierra regada con sudor y anhelo de futuro. Mi efigie, girada hacia vosotros, no mira solo hacia los recios muros catedralicios, sino que os recorre en estudiado escorzo. Os englobo a todos en esa idea que me acompaña escrita con el cincel del tiempo. “La fama de este mundo no es sino la escala para alcanzar la gloria en el otro”. Frase que escribió el clásico y que me permite unir vuestro corazón, en el que habito por el aprecio que me mostráis y el mío que ya circula por los cielos en mitad de esa gloria que tanto traté de ensalzar en mis obras.

Me susurra la paloma que me ha traído al presente que cuatro almas que me mantienen vivo se acaban de unir para conmemorar mi obra. Se hacen llamar “Grupo Vandelvira” y suelen habitar las páginas de este periódico provincial que lleva como enseña el nombre de JAÉN. Tres de ellos hacen de la palabra ese excéntrico engranaje que diseña realidades al ritmo poético de la prosa que late. Son Francisco Latorre, Jesús Palomo y Pedro Antonio López. El cuarto es Juan Eduardo Latorre y aporta el magistral trazo de su lápiz que, permitidme decirlo, casi se asemeja al de mis diseños primigenios. Palabras e imágenes son el lecho en el que mi recuerdo florece y en el que quiero revivir, al menos por un instante, más allá del bronce, abrazando la piedra una vez más y respirando de nuevo en sus pulmones mientras mis manos y mis ojos se funden con los suyos. Gracias, amigos. He vuelto, aunque nunca me fui.

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