El puente de Paco

    19 ene 2020 / 11:09 H.
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    Se nos fue Paco, Paquillo, y años atrás también se nos fue su puente, éste demolido por el empuje miserable de las inmobiliarias. Y Paco que se nos murió en silencio, como guardando la voz para que nuestra soledad pudiera refugiarse en el olvido. Pero no. Hoy quiero instalarme en la memoria de aquellos años de Jaén, en que ardieron las pasiones sobre el flamenco y las personas que lo encarnaban. Y él, al lado, siempre en la sombra, con su enorme sencillez, con esa claridad para identificar los ecos más jondos que a pocos entonces nos estremecían, con una absoluta disposición al humilde consejo, apalabrando vivencias de los viejos y nuevos maestros, aquilatando, peldaño a peldaño, el pedestal para que otros brillaran o acaso, exhibieran una cultura aprendida, tan distinta de la suya que era básicamente existencial.

    Posiblemente, Paco no leyera monografía alguna sobre éste o aquel cante
    o cantaor, ni tampoco se valiese de
    ensayos eruditos sobre la jondura de este arte. No lo necesitó porque el flamenco lo guardaba dentro y cayó
    sobre su piel, dejando sobre ella una valiosísima servidumbre de la que nos alimentamos todos.

    La historia de la Peña Flamenca de Jaén, si se escribe, debe de reservar una mención pormenorizada de personas como Paco el del Puente, como lo fue, en su día, Leovigildo Aguilar y como lo son algunos, afortunadamente, vivos. Fueron ellos los que posibilitaron este colectivo que tanto se comprometió en el rescate de este arte, sumido, no hace demasiadas décadas en la ramplonería y el
    envilecimiento. Al igual que existe
    un cante “palante” y otro “patrás”,
    también existen quienes formalmente
    operan como la voz social de estudio
    de ese instrumento que supieron
    ser las peñas flamencas de Andalucía, y otros que “patrás” hicieron y hacen posible ese instrumento.

    No solo con su sacrificado trabajo
    de gestión sino con una atención amorosa hacia este arte, recopilando, como
    lo hiciera Paco el del Puente, todas las grabaciones de su entrañable amiga Rosario López, de las que se ha derivado parte de su discografía.

    Hace más de veinticinco años, en mi poemario “Arco del consuelo”, dediqué a Paco un soneto cuyos dos tercetos reproducen, pienso yo, al personaje: “Imprevisto y veloz, como el calambre, buscavidas sagaz, conserva olfato, de perdiguero astuto como el hambre. Tan leal como Job y tan paciente, que no incurre al pensarla en desacato, velará nuestro entierro desde el Puente.

    Por desgracia, hemos tenido que velar tu entierro. Tu puente ya es el puente de las lágrimas, amigo.

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