El laberinto de Podemos

02 feb 2019 / 11:11 H.

Pocas veces en política se ha dado un nacimiento y crecimiento tan rápido y, posteriormente, un envejecimiento súbito, como el que ha vivido Podemos. Este partido surgió entre los indignados, en torno a los encendidos debates bajo las tiendas de campaña en la Puerta del Sol de Madrid en la primavera de 2011, entre mochilas llenas de libros de teoría política y botellas de agua mineral “Bezoya”. Aquellos indignados y su posterior organización y conversión en partido político, con el inesperado y trepidante éxito de Podemos en las elecciones europeas de 2015, provocaron importantes alertas en los partidos tradicionales y en destacados salones del país. Pero no se puede ser indignado sin interrupción, al igual que Baudelaire nos advirtió que no se puede ser sublime sin interrupción. Podemos iba contra “la vieja política” y la reciente crisis abierta entre Íñigo Errejón y Pablo Iglesias es un importante pero, en definitiva, episodio más, de que el nuevo partido practica desde hace tiempo lo que calificaba como “vieja política”.

En los primeros tiempos, Pablo Iglesias, con su apariencia física de cantautor y de alumno listo y contestatario de la universidad que ha pasado a profesor, clamaba contra “la casta”, hasta que compró aquel chalet con Irene Montero, su pareja y número dos del partido, y ellos mismos, bajo el techo de esa “dacha”, que diría Francisco Umbral, se convirtieron, o transmitieron la imagen, de casta. Podemos ha perdido el relato, que es lo peor que le puede ocurrir a un novelista o a un partido político. La carrera que emprendió Pablo Iglesias en noviembre por despachos parlamentarios e incluso por celdas de políticos catalanes presos para intentar convencerlos de las ventajas de los Presupuestos Generales del Estado elaborados por el Gobierno de Pedro Sánchez resultó sorprendente para numerosos militantes y simpatizantes de Podemos. E, incluso, para muchos ciudadanos. Porque Pedro Sánchez, en su día, no fue investido presidente del Gobierno por la falta de apoyo de los parlamentarios de Podemos, según la versión reiteradamente expuesta por los socialistas. Además, Podemos está entrando en la corrección política, concepto que Félix Ovejero en su libro “La deriva reaccionaria de la izquierda” entiende como “ese nuevo oscurantismo revestido de progresismo que sustituye los argumentos por la intimidación”. Lejos queda aquel primer Pleno en las Cortes tras las generales de 2016 con Carolina Bescansa con su bebé entre los brazos sentada en su escaño, y la cara de entre sorpresa y espanto de Mariano Rajoy al ver el estrepitoso peinado de un diputado de Podemos al dirigirse a votar en el hemiciclo. Podemos formuló en sus inicios acertados análisis de la realidad social, política y económica de España, pero luego le ha costado adaptarse a esa realidad, o se ha adaptado a la realidad demasiado rápido, nunca se sabe. Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, hace mucho tiempo que se distanció de Podemos. Y, ahora, según palabras de Irene Montero, es Íñigo Errejón el que “se ha excluido de Podemos”. Porque Errejón ha anunciado que concurrirá a las elecciones a la Comunidad de Madrid con la marca “Más Madrid”, la plataforma que lidera Carmena. Podemos está en su laberinto. Tan joven. Tan viejo. Y, para muchos ciudadanos, se está convirtiendo en una ilusión que no supo otorgar a lo cotidiano la dignidad de lo desconocido.