El infinito en un libro

    17 may 2025 / 09:36 H.
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    Hubo un tiempo en que las historias se contaban de boca en boca, hasta que alguien —probablemente con demasiado tiempo libre— grabó símbolos en arcilla. Así nació la escritura, y con ella, el libro: un objeto sencillo que ha resistido al fuego, a la censura y a internet. Fue códice y fue manuscrito. Se ha escondido en monasterios y ha cabalgado con Don Quijote. Ha sido refugio para sabios, arma para rebeldes y cómplice de insomnios. Ha creado mundos, derribado imperios y susurrado verdades que los poderosos preferían mantener en silencio. Un hechizo que convierte la tinta en emoción, el silencio en voces y el tiempo en eternidad. Borges lo llamó “extensión de la memoria y de la imaginación”; nosotros, los simples mortales, lo llamamos refugio. Un libro no se lee: se vive. Y cuando cerramos la última página, no somos los mismos que éramos al empezar. En un mundo ansioso y efímero como el actual, el libro sigue siendo una forma de resistencia. Como dijo Vargas Llosa, “leer es protestar contra las carencias de la vida”. Porque, al final, más allá de las palabras, un libro nos entrega lo más valioso y peligroso de todo: la posibilidad de pensar por nosotros mismos.

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