El hombre blandengue

10 mar 2018 / 11:36 H.

Este 8-M tendrá eco. No fue otra fecha reivindicativa más de las que solo se recuerdan porque nos la señala el calendario con la rutina de una celebración sin pasión, sin mensaje. El cauce de partidos y sindicatos quedó desbordado por una marea de mujeres sin bridas institucionales que hacen su guerra por su cuenta y no hay San Valentín orgánico que las prenda. Su bandera de agravio secular une más que las siglas y de ahí el éxito de una convocatoria que no solo llamó la atención en suelo patrio, también en el resto de Europa al calificarla de histórica y sin precedentes. En Jaén fue una jornada histórica de principio a fin que, como en el resto de España, incorporó como prueba de fuego a universitarias y adolescentes que eran nuevas en la lista. El terreno abonado en décadas permitió que durante semanas el discurso de la igualdad se colara en los medios de comunicación con una fuerza que se retroalimentaba y que impidió bajarse de un tren que se puso en marcha y que no tiene retorno. Las nuevas generaciones incorporadas al mercado laboral ya cuentan con el relato de la experiencia materna. Saben que el cuento de la conciliciación familiar era como el de la lechera. Estaba basado en unas expectativas que no son reales, pero servía para entretener el camino con la esperanza de un futuro que siempre va dos pasos por delante. Puestos a trazar utopías, mejor el estribillo de Patty Smith y aquello de que la gente tiene el poder.

Si a las carencias del modelo económico social se unen una equiparación salarial que no llega, más precariedad laboral y, sobre todo, la violencia expresada en sus múltiples formas, se gesta una rebelión con causa y, lamentablemente, con víctimas. Esta será también una transición con mayúscula y necesitará dotarse de cambios de modelo y de liderazgo. La sensación es que la presión para el cambio será constante y que la agenda política tendrá que torcerse para revertir la situación. Queda un largo trecho por recorrer, sirva como ejemplo que la Fundación del Español Urgente nos tenga que recordar a los periodistas que la palabra feminismo no es un antónimo de machismo. Una perversión ideológica que se cuela y que tira por tierra ese principio básico de igualdad de derechos de la mujer y el movimiento que lo propugna al situarlo en equilibrio con la actitud cerril que nos acecha.

Queda mucho por cambiar, pero el título de esta columna no es de Nietzsche, es del Fari, un juglar del extrarradio cañí. Él, en esa España de hace unos días, propugnaba en una entrevista en Televisión Española, que a las mujeres no les gustaba lo que definía como “el hombre blandengue”... El de las bolsas de la compra, el que coge el carro de los niños, el que no sabe estar “en su sitio”. Ese, según su criterio, aburría a las mujeres. El corte de la entrevista salta estos días en cadena en mensajes de Whatsapp y nos hace ver que nuestra prehistoria estaba al doblar la esquina. Al Fari, hoy sábado, en el Mercadona, le daría un síncope al vernos afanados en completar la lista de la compra o con los niños en el parque, en lugar de esperar en el bar. De vuelta al presente, al cantante habría que explicarle que la España divisada desde su taxi, a la que él le cantaba, con o sin torito guapo, quedó en otra parada. Al final entendería que la condición de superhombre cansa mucho y que ni como concepto filosófico tiene predicamento. Que como hombres blandengues que somos torpeamos con la gestión de los sentimientos y con otras tantas cosas, pero que tenemos vocación de buscar nuevos sitios, porque viajar abre la mente. Cierto que siempre habrá algún púlpito dispuesto a presentar con otras palabras esos razonamientos e, incluso, con mediación sobrenatural, citar al diablo para explicar los males a los que se enfrenta la mujer y la familia en el siglo XXI. El vino, sin moderación, no hay macho que lo domine.