El himno de Riego

15 jun 2021 / 10:25 H.
Ver comentarios

Dicen que el deseo de libertad y de justicia es inmortal. Quizás, por eso, yo continúo aquí, entre los vivos, después de tanto tiempo. Han sonado muchas notas, en la partitura de la historia, desde mi periodo de gloria. Pero todavía creo percibir, en vuestros días, los acordes de mi vieja melodía. Debéis saber que la canción de mi vida es rítmica y apasionada, como corresponde a la biografía de un heroico militar. Porque yo, en efecto, pertenecía al ejército, y llegué a ostentar el grado de capitán general. Pero, tranquilos, no es necesario que os cuadréis. De hecho, debido a un triste revés de la fortuna, fui desposeído de esta graduación, la más alta a la que puede aspirar un soldado. ¿La razón? Participé en una insubordinación contra el poder establecido. ¿Qué decís? ¿Por qué me miráis con desprecio? Ah, ya entiendo. Pensáis que soy uno de los militares golpistas que pusieron en jaque, hace unos años, vuestra joven democracia.

Debo deciros que os equivocáis, yo no me alcé contra las libertades y los derechos de los españoles, sino todo lo contrario, nuestra rebelión estalló como respuesta al poder absolutista del monarca. Así que yo no soy uno de los golpistas que secuestraron a los representantes de la voluntad popular el día 23 de febrero de 1981. Aunque, es verdad que yo entré en el Congreso, igual que hicieron los que participaron en el otro alzamiento. Pero no irrumpí por la fuerza, ni mucho menos. Se da la circunstancia de que yo ejercí como diputado electo y llegué a ser Presidente de las Cortes durante una fase del Trienio Liberal. Y es que nuestro alzamiento acabó triunfando y nosotros, los liberales, conseguimos que el Rey Fernando VII jurase la Constitución. Lamentablemente, el monarca, lejos de acatar la voluntad popular, conspiraba con la intención de recuperar todas sus prerrogativas. Y consiguió recabar, además, importantes apoyos en el exterior. De modo que las principales dinastías monárquicas de Europa se reunieron para darle un giro al destino de España, enviando un enorme contingente militar que cruzó los Pirineos con la intención de restaurar el absolutismo en nuestro país. Los “Cien mil hijos de San Luis”, llamaron a aquella invasión encubierta. Nuestro ejército trató de hacerles frente, pero teníamos las de perder. Y sucedió que las tierras de Jaén se convirtieron en el teatro donde transcurre mi último acto. Tras la batalla de Jódar, acabé definitivamente derrotado. Y aunque, herido, traté de huir, los míos me traicionaron y fui apresado en Arquillos. Y, desde allí, me condujeron a la cárcel de La Carolina. Y los últimos acordes de mi melodía fueron aún más trágicos. Pese a retractarme ante el monarca, fui insultado, arrastrado, ahorcado y decapitado. Y esa terrible conclusión, en circunstancias normales, tendría que haber impuesto el silencio en las notas de mi vida. Sin embargo, un giro del destino permitió que siguiera sonando, para siempre, la música de mis días de gloria. Por cierto, creo que ni siquiera os he dicho mi nombre. Me llamo, Rafael de Riego. Y los acordes musicales, que me acompañaron en los momentos cruciales de mi vida, perviven, y han protagonizado momentos señalados de la historia española. Mi cruel fracaso acabó transformado en himno épico, en un extraño acto de justicia poética.

Articulistas