El Grinch

Acabo de dejar la nostalgia en el paseo de la memoria. Aun así, me sigue acompañando el parte de ausencias marcadas a fuego y frío en el calendario de esa hoja que cae en diciembre y brotará más allá de enero. Me abraza entonces el presente de la mano de la frivolidad y otras amistades peligrosas en ese torrente de ilusión que acaba en el mar de las expectativas. Puedo decir que he cambiado la infancia con mis mayores por reflejarme en el asombro de mis menores y mi tele de dos cadenas por tener la nada en el mando a distancia. Veo que por Oriente no vienen regalos y por Occidente hay más mangantes que magos, que hemos dejado las luces en las calles y la razón fuera de nuestro alcance. Aquí sigue el banquete en la mesa de la opulencia mientras nacen niños abandonados en oscuros portales que dejan y rescatan las heroínas de turno. Otros quedamos con un décimo en las manos pidiendo salir de pobres de solemnidad para hacernos ricos en soledad. Será la edad que me deja con esa cara verde del “Grinch” pensando en que todo llegue para que todo pase. No perdamos el ánimo en otras tópicas Navidades porque de todo se sale, incluso de los centros comerciales.