El gallinero
Aunque la palabrita nos invita, como urbanitas que somos, a referirnos a la acepción de “reunión donde el griterío o la discusión embarrullada y confusa impide el mutuo entendimiento”, en esta ocasión intento aproximarme al “lugar vallado o cobertizo donde se guardan gallinas y otras aves de corral”. La verdad es que esto último nos parece, en principio, una antigualla, más propia de los ambientes rurales. No obstante, en nuestras tertulias diarias en el café, alguien sacó el tema. Fue una sorpresa simpática y enriquecedora. No sé si es casual o que somos campesinos frustrados. Uno, dos, tres de los presentes tenían gallinero, y éramos seis. Se habló de la exquisitez de la producción casera, de la ausencia de piensos y productos sanitarios, de la pejiguera de la limpieza y el cuido de los animales, de la invasión de los roedores, de la presencia indeseada de las alimañas, de la subida de precios... Los ajenos a esta actividad no sabíamos si sonreír o participar en el debate. Nos enteramos que en los gallineros caseros, propios del autoconsumo, no puede haber más de no sé cuántas gallinas, sin tener en cuenta que muchas de ellas caen en manos de zorros, ginetas, serpientes y otras alimañas. Alguno comentó lo del chiste, que tal como están las cosas habrá que declarar la renta, según el número de huevos recogidos. Otro disertó que algunas de estas aves dejaban de poner, porque ya se les había pasado la fecundidad. Solución; a la cazuela. La carcajada llegó cuando un contertulio comentó que tenía un gallo algo extraño, que no pisaba a las hembras y que le miraba con cierta complicidad. La voz sabia de la senectud se impuso en el jolgorio. “Ese es un basilisco. Así que, a la olla.” Y siguió la risotada cuando otro de los presentes refirió aquel hermoso huevo, que, tras ser empollado, sacó a la luz un cruzado de perdiz y pollo, de gran belleza y tamaño, sin más explicación que la relación sexual entre perdiz y gallina. Conclusión generalizada fue admitir que está muy bien lo de la producción casera, para consumo propio, pero que el precio es superior a la recompensa. Mientras tanto, los de ciudad, situaremos la acepción del gallinero urbano, como único concepto, casi en exclusividad semántica.