El fuego y la furia
Nos deja agosto los rescoldos de una pesadilla forjada a base de fuego y furia. No disminuye la gresca política ni siquiera en los momentos que requieren más empatía hacia quién sufre el terrible drama de la desaparición completa de su modo de vida. El mundo rural se muere un poco cada día a costa de no vender una imagen idílica. La mezcla de rudeza y belleza de lo natural solo es tenida en cuenta como breve ocio vacacional mientras el duro trabajo agrícola que nos sirve en la mesa el pan está siendo achicharrado por burócratas que ignoran lo que es el surco y el barbecho. Me cuentan de primera mano el lío que supone eliminar una simple zarza de un terreno silvestre, los interminables trámites que requiere tener unas cuantas gallinas en el campo y la triste historia de la desaparición pastoril en los montes de Mágina. Todo un abandono que aumenta hasta las copas de un bosque de sinrazón que crece sin parar hasta prender la mecha de un desastre incalculable. Y ante esta catástrofe cuando llega el momento de apagar la llama del resquemor siempre sabemos lo que harán nuestros inútiles próceres: andar enzarzados entre la maleza de su miseria moral y las cenizas de la vergüenza.