El espejismo del éxito

    20 nov 2025 / 08:27 H.
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    Es triste observar cómo personas aparentemente exitosas se desmoronan en silencio. Sus vidas, impecables desde fuera, esconden grietas profundas: relaciones rotas, salud deteriorada, un vacío que ningún logro profesional consigue llenar. Esta paradoja debería hacernos reflexionar sobre algo fundamental: hemos construido una civilización que confunde sistemáticamente el brillo con la luz, el ruido con la música, la apariencia con la sustancia. Y pagamos un precio altísimo por ese error de percepción. Vivimos seducidos por una idea del éxito que nos venden a diario: acumulación de bienes, reconocimiento público, ascensos vertiginosos. Perseguimos estos símbolos creyendo que alcanzarlos nos completará, cuando en realidad son apenas reflejos en un escaparate. El éxito no se exhibe; se vive. El verdadero éxito —ese que nadie fotografía para las redes sociales— habita en territorios más silenciosos: la coherencia entre lo que pensamos y hacemos, la capacidad de levantarnos tras el fracaso sin perder la dignidad, las relaciones que nutren en lugar de drenar. El problema no radica en aspirar a mejores condiciones materiales, sino en creer que esas condiciones definen nuestra valía. Cuando el éxito se mide exclusivamente en términos externos, nos convertimos en esclavos de aprobaciones ajenas, en actores permanentes de una obra que otros escribieron. La trampa es sutil: trabajamos incansablemente para impresionar a personas que ni siquiera nos agradan, compramos cosas que no necesitamos, sacrificamos lo esencial por lo urgente. Hemos olvidado que el éxito auténtico nunca requiere audiencia. Andar con los conceptos claros exige preguntarnos: ¿qué significa realmente triunfar para mí? No para mi familia, no para mi sector profesional, no para Instagram..., para mí. La respuesta honesta a esta pregunta marca el inicio del único camino que vale la pena recorrer. Construir éxito auténtico demanda tres pilares. Primero, definir valores propios, no heredados. Segundo; cultivar paciencia, los resultados profundos maduran lentamente. Tercero, medir el progreso en términos de crecimiento interno: ¿soy hoy más íntegro, más resiliente, más compasivo que ayer? El éxito verdadero no se conquista; se construye cada mañana, en decisiones pequeñas y consecuentes. No brilla necesariamente, pero ilumina. Y a diferencia del espejismo, permanece cuando cierras los ojos.

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