El dolor emocional

10 dic 2025 / 08:30 H.
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Si caminas atento al entorno, consciente de que eres una más, llegas a escuchar: “Deja de preguntarme qué me pasa. Me pasa que me duele existir, y no sé cómo explicártelo para que no me mires como si estuviera loca. Por favor, deja de pedirme que esté bien, porque ahora mismo no puedo”. Respondía angustiada a otra persona. Expresa el dolor de una persona herida en la calle, no se ha caído, no sangra y a la que nadie se dispone a auxiliar. Nadie presta atención, es una situación privada. ¿Seguro? El puente de la Constitución supone el punto de salida para ver quien expresa con más intensidad que debemos tener alegría. Son emociones fútiles de las redes en la vida real durante el desenfrenado ritual de consumo.

Los espacios se saturan de provocadoras luces, colores y sonidos obsesivos. Estímulos al consumo, satisfacción en la que el cerebro busca segregar dopamina y serotonina que interpretamos como felicidad. Han muerto dos adolescentes de 15 y 16 años. Rosmed y Sharit. No son dos nombres, son dos personas, dos familias, una ciudad entera intentando entender cómo es posible. Después están los minutos de silencio, los crespones, fotos del parque y la búsqueda de posibles razones: protocolos, acoso sí o no, redes sociales, quién hizo y cuándo. Podemos especular sobre el acto y sus causas, si bien hay un hecho objetivo, el dolor percibido y generado. Hablo con Joaquín, joven realizador audiovisual, de mirada diferenciada, aguda, me expresa su sorpresa e incomprensión ante la situación. Mueve su cabeza sin encontrar una respuesta. Una de las pocas actitudes coherentes ante el hecho. Construir una realidad paralela para distanciarse de la responsabilidad directa o indirecta es habitual. Es la disonancia cognitiva: un proceso psicológico por el que nos autoengañamos. Hay que buscar la realidad en los datos, no en opiniones de “pata de conejo”. Un 12,3% del alumnado sufre acoso y un 7% ciberacoso. El 52,3% de los jóvenes presenta ansiedad, 20,6% grave. El 54% tiene dificultades de bajo estado de ánimo y el 28,5%, graves. El 7,1 % está en riesgo de suicidio, un 2,5% lo ha intentado en 2024. Un 55,5% sufre soledad no deseada. Más allá del diagnóstico ¿Qué hacemos? Byung-Chul Han habla de “sociedad paliativa”: un mundo que tapa el sufrimiento con entretenimiento, pastillas y frases motivacionales.

Nosotras preferimos el consuelo oficial: se activa un protocolo, se anuncia un plan, se promete más coordinación. Todo necesario, sí. Pero la pregunta incómoda es otra: ¿quién escucha de verdad? Sobran expresiones y titulares conmovedores. La próxima vez que alguien diga “no puedo más” debe haber una persona, un servicio, una institución que responda a tiempo. Falta proactividad. Acciones preventivas, reducir el odio, asumir la diferencia. Más educación emocional y menos matemáticas. Que pasemos del silencio a los minutos de escucha activa. El resto son ceremonias para tranquilizar la conciencia colectiva mientras el dolor sigue viviendo, aunque en silencio, entre nosotros.

Somos patéticos escondiéndonos tras las estadísticas y las buenas intenciones, sumisos servidores pendientes de la autorrealización como una forma más de autoexplotación en un sistema que favorece la acumulación de recursos, de dinero y la avaricia como objetivo. Elige ser adicto o controlar la vida; pastilla roja o azul.

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