El cumpleaños

Hoy es mi cumpleaños. Sexagésimo octavo cumpleaños. Por ahora es el último que celebro, aunque estos días cada vez se celebran menos por razones obvias. De joven pensaba que no llegaría tan lejos, a lo sumo al cincuenta, pero mira tú por donde la vida se alarga a veces sin esperarlo y a veces también sin desearlo. Un amigo sabio me dijo que la vida es lo único de lo que disponemos de verdad, claro, se suicidó. Tenía pistola. Vuelvo a los cumpleaños recordando aquellos que más feliz me hacían que no eran otros que los de mayor testosterona. Parecía que todas te querían hasta que la implacable bajada del nivel de la predicada hormona te llevaba a la cruda realidad de que solo te quería una y de aquella manera tan especial como lo hacen las madres. El año que se olvidó de mi cumpleaños me di cuenta de que Alzheimer había llegado. Fue mi segundo cumpleaños triste. El primero ocurrió en los cuarenta y uno. Andaba yo por cuestiones de mi oficio de aquel entonces preocupado en organizar manifestaciones que llevaran a la reflexión a los etarras desnucadores. La mala suerte fue que estos también tenían pistola. Muchas pistolas. El Segur de los lictores romanos llamaba a la compasión del verdugo obligándole a pensar con cada caña que apartaba. No hubo compasión y fue ejecutado. Aquel día él dejó de cumplir años con veintinueve. Yo seguí. Se llamaba Miguel Ángel Blanco.