El Artículo 170

    06 dic 2020 / 18:35 H.
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    A todas luces resulta de una evidencia contundente que el año que estamos acabando no invita a celebraciones de carácter general, ni a pompas de autocomplacencia y ejemplaridad. Ha sido y está siendo un año difícil para todos, y no hay ordenamiento jurídico encarnado en cualquier tipo de Constitución, que aguante los embates de acontecimientos no regulables y que no admiten articulación. La Constitución española que se supone hoy estamos “celebrando”, no puede a lo largo de su articulado, instrumentar y armonizar el comportamiento y responsabilidad que ante circunstancias extraordinarias tienen que adoptar tanto los gobernantes como los gobernados españoles. No es ninguna panacea, ni bálsamo de Fierabrás, ni tan siquiera un ligero alivio, ante este virus indolente que nos está azotando, que atenta a nivel personal y general. Sin embargo, desde una presunción relativa, si puede, resultar un instrumento adecuado para combatir las consecuencias que arrastran estos tipos de males omnímodos, es decir, se podrían paliar o combatir las apariciones, que por desgracia a lo largo de la historia de la humanidad han sido siempre patentes, de entidades perversas, agentes envilecidos y personajes necrófagos que se nutren de las desgracias ajenas, de aquellas debilidades perturbadoras que nos surgen ante la ignorancia de los peligros circundantes, del desconocimiento y de los instintos más oscuros que se vienen a resucitar con cualquier manifestación de caos. También se puede aprender de las carencias que se están viendo expuestas en toda su crudeza y a todos los niveles y ámbitos, por ejemplo en materia de sanidad, en el campo laboral, en la compleja administración de la educación, y en la no menos confusa y enrevesada organización territorial, incluso se podrían resaltar algunas disfunciones que estaban ahí y aún perduran, y que no son cuestionadas porque los distintos gobiernos que han existido desde su creación, las han obviado por distintas circunstancias, o por propia conveniencia. Puestos a felicitarnos y a mirarnos el ombligo con cierta complacencia, estamos sosteniendo y afianzando la Constitución más duradera de nuestra historia y eso ya es un logro, pero la perdurabilidad no está reñida con la evolución y versatilidad de la sociedad. La Constitución debe de estar viva y en consecuencia ser sensible y permeable a los tiempos que corren, sin que se alteren los principios básicos que cualquier persona con un mínimo de racionalidad siempre va a reconocer como inmutables. Y puesto que la libertad de expresión me es permitida por esta Carta Magna, yo añadiría, en un acto de necia osadía, el artículo 170, que vendría a decir lo siguiente : por voluntad expresa del pueblo español se considera principio regular de este ordenamiento la expresión vamos a llevarnos bien y el axioma “chominás” las precisas. Unas buenas fiestas tengan ustedes.

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