Educando en la diversidad
El pasado sábado tuvo lugar la manifestación estatal del orgullo LGTBI en la que puso de manifiesto la necesidad de promover una educación realmente inclusiva que tenga en cuenta la diversidad como herramienta para combatir las fobias, la violencia y los delitos de odio que eviten la generación de un imaginario colectivo de prejuicios y estereotipos que estigmatizan a determinadas personas. Sin embargo, no debemos banalizar el uso del término de educar en la diversidad sin analizar reflexivamente su significado. El discurso de la educación en la diversidad surge como consecuencia del cambio comprensivo y operativo que tiene lugar en las instituciones educativas, para ofrecer respuestas a los cambios ocurridos en la comprensión de las diferencias humanas, los derechos de la ciudadanía y las obligaciones de los estados, iniciados en el contexto europeo durante la segunda mitad del siglo pasado. La nueva comprensión de las diferencias humanas encuentra en el término diversidad su mejor forma de expresión y desarrollo, lo que supone, en principio, un cambio radical en el discurso educativo-pedagógico que encuentra su fundamentación en los cambios epistemológicos, políticos, socioculturales y éticos que confluyen en nuestro contexto. Educar en la diversidad es un proceso amplio y dinámico de construcción y reconstrucción de conocimiento que surge a partir de la interacción entre personas distintas en cuanto a valores, ideas, percepciones, intereses, capacidades, estilos cognitivos y de aprendizaje, etcétera, que favorece la construcción, consciente y autónoma, de formas personales de identidad y pensamiento que ofrece estrategias y procedimientos educativos diversificados y flexibles con la doble finalidad de dar respuesta a una realidad heterogénea y contribuir a la mejora y el enriquecimiento de las condiciones y relaciones sociales y culturales. Por otra parte, la respuesta educativa a esta diversidad es tal vez, el reto más importante y difícil al que se enfrentan en la actualidad las instituciones educativas. Esta situación obliga a cambios radicales si lo que finalmente se pretende es que todas las personas, sin ningún tipo de discriminación, consiga el mayor desarrollo posible de sus capacidades personales, sociales e intelectuales. Si la pretensión es lograr una sociedad democrática con valores de justicia, igualdad, tolerancia... el concepto y la realidad de la diversidad sería el fundamento. En este sentido, la acción educativa que se reclamaba en la citada manifestación, independientemente del enfoque u orientación que adopte (centrada en preservar la identidad cultural mayoritaria u orientada a respetar y potenciar singularidades minoritarias) puede desarrollarse, puede ser tratada desde modos pedagógicos y no pedagógicos, desde ciencias educativas o desde otras ciencias. Sin embargo, con el desarrollo en este pasado siglo y en el actual de los valores democráticos, la educación, entendida como participación de la cultura, se ha nutrido además de valores como libertad, igualdad de oportunidades y respeto a las diferencias, observándose que el principal problema que se manifiesta actualmente en los valores educativos es partir de la diversidad individual para alcanzar metas de participación social en igualdad de condiciones. Se trataría, en definitiva, de entender que una buena atención a la diversidad es sinónimo de una buena educación y que, por tanto, el desarrollo del discurso de la educación en la diversidad, en estos momentos caracterizado por la globalización y la sociedad del conocimiento, requiere apostar, desde la consideración de los principios de igualdad y equidad a los que tiene derecho cualquier ser humano, por una escuela pública y democrática que garantice la formación de una ciudadanía, no sólo para el desarrollo de la inteligencia, el conocimiento y la identidad personal, sino también para la propia existencia de la democracia.