Edad inocente

15 dic 2020 / 16:31 H.
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Las personas en nuestras decisiones cotidianas somos contradictorias. Esta situación la justificamos de modos diferentes, cada cual con su propia estrategia. En el fondo se trata de autoengaño. Buscamos eliminar nuestra disonancia cognitiva, optar por el deseo o por la obligación, para sentirnos bien con nuestro yo. Sartre exageraba tanto el hecho del autoengaño que lo hacía invisible. Una situación natural y cotidiana. La repetición invisibiliza las situaciones. La pandemia nos ha sacado de lo cotidiano por lo inasumible de la situación, por la percepción surrealista que tenemos de lo que no ocurre. La reacción es oponerse a cualquier medida que modifique mi cotidianidad, no es frustración, sino inmadurez. Parece que hubiésemos descubierto que existen las personas mayores y que tienen necesidades, más allá de haber creado un prejuicio de que son un gasto en las políticas sociales, una carga que impide invertir para generar riqueza. Parece que debemos prestarles atención, que no se ha abordado un debate serio sobre las necesidades —cómo pagarlas y qué abordar— que cada vez más personas van a necesitar asistencia. Se toman acuerdos para garantizar las pensiones tan efímeros como el interés de quien desee romper el consenso en función del poder que ostente. Es habitual escuchar intervenciones y leer artículos afirmando que la población en Europa y en España está envejeciendo. Un mantra que se repite y da credibilidad de tener conocimiento de la realidad a quién lo dice. Pero, ¿para quién y para qué lo dice? Es un autoengaño moralista. Es presente, la población esta envejecida. La primera vez que visité América del Sur, escuché: “adultos mayores”. Mi eurocentrismo me hizo despreciar este modo de expresión. Pensé, que mal hablan. Comprendí que el equivocado era yo. Porque sí, son adultos y personas antes de nada. Un adulto es una persona con capacidad de decidir, formando parte de la ciudadanía con derechos; y en el ejercicio de estos, expresar y exigir su cumplimiento. Nos guste o no. Personas lejos de ajustarse a lo políticamente correcto, como dice Sádaba: “Prefiero, sin embargo, decir que soy yo y que hago, más que nunca, lo que me da la gana”. Nos hemos dotado de una Constitución a la que todos queremos defender y que nos define como un Estado social de derecho que obliga a responder a las necesidades de la ciudadanía. Y sin embargo la respuesta que les damos es la del vendedor mantas. Creamos un laberinto administrativo para acceder a los derechos. Para las autonomías siguen siendo un gasto que no revierte en crear riqueza directa, invirtiendo lo mínimo ¿a qué riqueza nos referimos? 4.339 personas fallecieron en noviembre en las listas de espera de las ayudas a la dependencia según Aedgss. Se usan como pretexto para dar ayudas a la hostelería sin incumplir lo exigido por Europa. Y sí, les importa la seguridad y su salud, como al resto. Pero no podemos responder solo con medidas socioasistenciales. El desarrollo emocional es una necesidad básica. Repensemos las alternativas a la vida de las personas mayores. Evaluar el modelo de la residencia y, sobre todo, no pueden ser objeto de intereses accionariales de fondos de inversión. Las personas mayores no son un negocio, ni una agonía social por miedo. No seamos trileros. “Para encadenarlo es preciso aparentar que se lleva las mismas cadenas que él”, Voltaire, refiriéndose al pueblo.

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