Duelo a garrotazos

29 dic 2022 / 18:00 H.
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No sé si este país tiene arreglo. A falta de datos científicos y fehacientes, no podemos aventurarnos a afirmar que el futuro se muestre afable y diáfano. Los males endémicos se hallan ahí, como una losa: los he enumerado muchísimas veces en esta tribuna, nadie los debería ocultar y, mientras no sean eliminados, nosotros seguiremos arrastrando esa pesada bola, convertidos en fantasmas de nuestra propia historia y de nuestro pasado. La picaresca revive y volvemos a las martingalas para aparentar, para dárselas de algo o de alguien, para, en suma, salvaguardar hipócritamente los sepulcros blanqueados. Eso es España, una nación desestructurada. Ciertamente se ha intentado unir durante todo el siglo XX, a veces por la fuerza y otras por el consenso, sin que se llegue a una fórmula válida, con un pegamento duradero que selle la diversidad más allá del mapa. Por el contrario, las fronteras o brechas de todo tipo, especialmente las sociales, se amplían y se vuelven más fuertes. Unos dirán que durante los casi 40 años del dictador estuvo unida, que fue grande y libre, y no es verdad. Otros por otra parte argumentarán que en este periodo de la Segunda Restauración hay prosperidad como nunca, que nos integramos a la Unión Europea y gozamos de los mismos parámetros de democracia y libertades que Francia o Alemania. No digo que no, al menos desde la óptica de la representatividad, pero la razón que nos amalgama no satisface a todos, y se llama monarquía y el estado surgido del 78. También se argüirá que aunque no estén todos contentos, la monarquía parlamentaria ha resultado ser la receta más sólida y sensata, la que ha aglutinado mayor aceptación política y social. No digo que no. La parte económica, el sector capitalista, no ha poseído secularmente reparo alguno en aliarse con el poder de turno con tal de medrar y perpetuarse, como es por otro lado inherente a cualquier burguesía... Aun así, este país exhibe por bandera su mala casta y mala baba, su traición cotidiana, su Duelo a garrotazos, como el célebre cuadro de Goya. Eso es España, un pueblo condenado no ya por la leyenda negra, que fue un invento inglés y holandés para desprestigiar al Imperio, sino por un conservadurismo rancio, trasnochado y reaccionario, con la santa Iglesia Católica a la cabeza, que imposibilita que se progrese y se pongan en marcha auténticas políticas reformistas e innovadoras que hagan que seamos punteros y vanguardistas, porque de las posibilidades, eso sí, de las posibilidades nadie duda, incluso los más montaraces, que hablan de la nación —llenándoseles la boca de espuma— con una proyección utópica, claro, inalcanzable porque ellos no permiten que nada se haga, dejando que todo siga igual para que reine el inmovilismo y la inacción. Eso es España, una patria posiblemente sin solución mientras no cambien radicalmente las cosas, y ya se sabe que radical viene de raíz. Mientras no se arranquen “esas cosas” de cuajo. Un territorio que nunca estuvo a la altura: a pesar de las generalizaciones, porque hay de todo y no se puede culpar a un solo sector, sabemos quiénes son fundamentalmente los responsables, quiénes históricamente manejan el cotarro, el clasismo imperante, esos que actúan como tapón, los que acaparan, el cinismo, los que impiden que crezcamos y prefieren que nos mantengamos de segunda, por muchas ínfulas que se den.

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