Día cuarto

    22 feb 2018 / 09:11 H.

    No quiere dilatar su flecha implacable un tiempo paralizado. En el templo parece que, un día más, se contara la misma historia. Pero todo es distinto. Cualquier detalle, gesto, voluta de incienso, suspiro, música, aroma floral u oración hace que alumbre un nuevo universo. “¡Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado!”. Nunca ha sido Jesús de la Expiración tan humano. Jamás habló, con nuestra propia voz, como en ese lamento desesperado desde el árbol de la cruz. El mismo que nos hace clamar de angustia en muchas ocasiones de nuestra existencia por sucesos que no entendemos. Por eso reconforta oírlo. De este modo nos identificamos con su soledad y desamparo, y quisiéramos clavarnos al madero, a su lado, para tratar de paliar su desespero. Pero el suyo es canto de esperanza. Nos enseña a vislumbrar la presencia solícita de un Dios aparentemente callado ante nuestro confuso dolor. Nos incita a rezar el salmo 22. Quiere que vivamos con el divino nombre en los labios, aún en momentos de zozobra, para que sea luz de nuestras sombras. Levantamos la mirada a su cruz. Tanto esplendor nos conmueve, mientras seguimos un culto añejo; una liturgia pausada preñada de gestos y símbolos, sagrados e intemporales, con aroma de cuaresmas compartidas con otros hermanos desaparecidos, a los que sentimos más presentes que nunca. La cofradía es hilo continuo en el tiempo. Aquellos cofrades siguen estando con nosotros, a nuestro lado, corazón con corazón. Historia sin fisuras en la que nadie es más protagonista que otro. Todos la hemos forjado, juntos, en este Jaén de nuestros más limpios amores. ¡Pasión cuaresmal expirante!.