Detrás del telón
La clase política ha tendido a rentabilizar el descontento popular intentando mostrarse parte del pueblo, simulando que nuestros problemas no le son ajenos y que sufren a fin de mes como todo hijo de vecino. Es interesante, como dijo el filósofo Byung-Chul Han, separar la narración de la información. La información es una serie de datos que se suceden, sucesos de la otra parte del planeta que nos son ajenos por la distancia y porque solo permanecen en nuestra retinan el lapso entre un anuncio publicitario y el espacio para el deporte. La narración contiene un elemento pausado, una carga emotiva que nace de experiencias personales y nos conduce a conclusiones propias; sería algo así como hablar de lo que se conoce, no de lo que uno solo percibe por terceros. La provocación, después de todo, solo tiene valor si se tiene algo que perder. Cuando la política se convierte en datos aislados que se arrojan desde trincheras de pan de oro, o en discursos elaborados por asesores y narrados por personas que no creen en lo que dicen, es porque no estamos gobernados por un capitán de barco sino por termitas que esperan su parte del mascarón.