Detalles navideños

27 dic 2024 / 08:59 H.
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Aunque podría decirse que era todavía un niño, tenía la suficiente edad para sentir un pellizco de vergüenza cuando alcanzaba la puerta exacta de mi cometido. Hace muchos años ya, era una costumbre familiar en la víspera pascual obsequiar a los médicos que atendían nuestra salud con unos licores en agradecimiento por el cuido que ponían en su profesión cuando tocaba acudir a consulta con algún contratiempo más o menos grave. Como mayor de los tres hermanos, me correspondía a mí aquel pequeño ritual de llevar con cuidado los paquetes, respetar escrupulosamente las indicaciones de mi padre para no equivocarme de destinatario y sobre todo no quedarme en blanco ante quien, dentro de aquella insigne intimidad que yo iba a interrumpir, abriría la puerta para recibir de mis manos toda la gratitud de la familia y, de paso, desear felices fiestas. Era una tarea inquietante pues el protocolo no escrito de estos asuntos provincianos tampoco preveía identificarse con claridad para que la sorpresa surtiese su efecto cuando el interlocutor desenredase la tarjeta colocada con cierta gracia en algún lugar discreto de los envoltorios. Tocado de aventura, atravesaba portales y escaleras ajenas, hurtaba aromas de caldos que a mí se me antojaban cocinados por hermosas criadas y mujeres calladas, dolientes, cuyas manos iban del suelo a los cuchillos arrebatadas por erosión de las lejías y los líquidos cáusticos de las vitrinas prohibidas. Me cruzaba con vecinos que, en algún caso, se acercaban descreídos, alertados por mi despiste natural y mi condición de cartero precoz. Lo cierto es que en el tiempo que transcurría entre que pulsaba el timbre y la liturgia de los cerrojos permitía cerrar con éxito la operación de entrega, ensayaba palabras que luego nunca era capaz de pronunciar.

En la era de Amazon todo esto pertenece ya a la arqueología social de las ciudades. Cuando regreso a Jaén y paso estos días por delante de alguno de aquellos portales se hace imposible eludir cierta melancolía y fabulo con que, hoy por hoy, sería un cómplice poco fiable y me daría a la fuga con las cajas de destilados. Provisto ya de otra vergüenza más hecha a la vida, lo cierto es que a veces dan ganas de acudir a ciertas puertas para hacer gala de nuevos afectos y deseos. De hecho, hay puertas en las que convendría dejar algún elixir que transforme ciertas conciencias cuya avaricia y crueldad empujan a la Historia a sus peores augurios.

Y pan, hace falta acercar a todas las casas el pan de la resistencia y la desobediencia, ahora que el mal consigue legislar los destinos del mundo en la insolidaridad de los pueblos, el desprecio por el patrimonio humano y natural de nuestros antepasados y la grave amenaza climática fruto de la explotación descontrolada de los recursos impuesta por la voracidad del libre mercado. Pan contra ese fascismo que regresa tras la amable dictadura de las pantallas y quienes las controlan, permutando nuestra necesidad de leer y conocer a fondo la naturaleza compleja de nuestra realidad por bulos y soflamas que alimentan de manera torticera y estúpida los desequilibrios que ha provocado el narcisismo del siglo veintiuno y la asfixia de sus capitales implicados en la tecnología del miedo y de la guerra y del blanqueo de los genocidios vergonzosamente ejercidos desde países aliados para prosperidad de nuestras economías.

Regalémonos un poco de esperanza. Porque todo, absolutamente todo lo que estudien de nosotros las generaciones futuras será responsabilidad nuestra, como nuestra será en el año que entra reconstruir la verdad, desnaturalizar con los lenguajes del arte los eslóganes de quienes debieran administrar el bien común en interés de todas y todos y vigilar como nunca la calidad de nuestros servicios públicos que es lo que de verdad importa entre tanta idiotez política, cultural y civil que tiene gangrenados a todos los poderes de nuestra no tan joven democracia, por mucho que saquen a Bisbal bailando por las azoteas de esa artificiosidad cañí que tanto monta y monta tanto.



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