Desfibro
mi algia

    14 may 2023 / 09:00 H.
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    Madre, tú que llueves en el insomnio de la porcelana. Tú que aún regresas de la noche pisando de puntillas la hojarasca del abecedario. Tú que ponías papeles en la mesa para pintar un pan sobre las jaulas de la soledad y ya no buscas por la casa aquella cola de buen río donde fumarte el último cuplé con las vecinas, beber el vino del espantapájaros. Tú que enseñaste el nombre de los parques al mastín de la pobreza y hacías que la nieve entrase en nuestro corazón como ángeles de Brueghel perdidos en tu falda. Tú que soñaste con que Danys Flinch echase agua sobre tus cabellos y huías cocinando por nubes provenzales al reino bicolor de la mandrágora. Tú que has leído en el mercurio la magnitud de todos mis delirios y conoces la mancha original, la roca negra del costado. Tú que tirabas de la cuerda con tu canto a los funambulistas lavándote los pechos en la pila, verano del ochenta y tres, que resistes ahora a las agujas del crepúsculo y aún levantas con un zumo al duende azul de lo que ya no respira en medio de los dormitorios. Madre, no lluevas más sobre el insomnio. El dolor ya está en mí como tus apellidos y acepto así la noche para entrar en tu edad, para acercar mi piel a sus colmillos.

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