Delfines

    12 ago 2025 / 09:14 H.
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    Un recuerdo infantil me sitúa en un barco que se dirigía a Ceuta, junto con unos tíos míos con los que veraneé aquel año. En un momento del viaje, vimos delfines acompañándonos. Era la primera vez que veía este animal, y el júbilo con que los mayores lo señalaban indicaba su excepcionalidad para quienes vivíamos en el interior. Es ese viaje infantil lo primero que evoco al pensar en el delfín, que es lo que me propongo hacer en este artículo estival. De hecho, la imagen que tenemos de él es la de un animal simpático e inteligente, que hace las delicias de los niños en los delfinarios.

    A mi mente vienen luego, tan desdibujadas por haberlas leído hace tiempo que tengo que volver a hacerlo, dos historias de la mitología griega. Una de ellas es la historia de Arión, virtuoso de la lira, que ganó el premio en un festival musical en Sicilia, donde sus admiradores lo colmaron de valiosos regalos. Los marineros que lo llevaban de vuelta a Corinto le anunciaron su intención de matarlo para robarle, y, después de intentar infructuosamente que le perdonaran la vida a cambio de lo que tenía, pidió al capitán que le permitiera cantar una última canción. Subió a la proa y, vestido con su mejor túnica, invocó a los dioses con melodías apasionadas. Luego, se tiró al mar. Pero la música había atraído a unos delfines, y uno de ellos lo llevó sobre su lomo a Corinto, llegando antes que el barco. El delfín, que lo acompañó a la corte, murió a causa de una vida de lujo. Cuando llegaron los tripulantes, Periandro, el tirano de Corinto, les preguntó por Arión y ellos le dijeron que se había quedado en Ténaro agasajado por sus habitantes. Periandro les hizo jurar eso sobre la tumba del delfín y luego los enfrentó con Arión. Fueron ejecutados allí mismo.

    La otra es la historia de Dioniso y su alquiler del barco a unos marineros tirrenos que fingían ir a Naxos. Eran piratas, y pretendían venderlo como esclavo en Asia. Dioniso hizo brotar una vid de la cubierta, transformó los remos en serpientes y él mismo se metamorfoseó en león, llenando el barco de animales fantásticos y sonidos de flautas, lo que hizo que los piratas se tiraran por la borda, convirtiéndose en delfines.

    Si en el segundo relato se insinúa una afinidad entre el hombre y el delfín, el primero nos cuenta su gusto por la música y su disposición a ayudarnos. En Plutarco leemos que el delfín “es el único entre todos los animales que por naturaleza tiene para con el hombre una actitud que se corresponde con aquello en pos de lo cual van los mejores filósofos: la amistad desinteresada”. En la misma línea, nuestro Feijoo nos dice que “no produjo la naturaleza brutos de tan noble instinto, ni que tanto se acerquen, ya por amor, ya por imitación de costumbres al hombre”. Esopo tiene una fábula donde un delfín salva a un mono de un naufragio creyendo que se trata de un hombre. Al llegar al Pireo, el puerto de Atenas, le pregunta si es ateniense, a lo que el mono responde que sí, y que tiene padres ilustres; el delfín le dice si conoce el Pireo y el mono le contesta que es íntimo amigo suyo. “El delfín, indignado por la patraña, se sumergió y lo ahogó”. Saque el lector la moraleja. Y sáquela también de otra fábula del mismo Esopo. El león le propuso al delfín unirse, porque el primero reinaba en la tierra y el segundo en el mar. Cuando precisó su ayuda, el león no pudo contar con el delfín, porque no podía salir del agua a socorrerlo en la tierra.

    Pero volvamos, para terminar, a Plutarco: el delfín no puede detenerse nunca, por lo que, cuando necesita dormir, se adormece por el vaivén de las olas, y se deja caer boca arriba hasta el fondo, momento en que se despierta al tocarlo y sube rápidamente para dejarse de nuevo caer. Detengámonos en ese adormecimiento por el balanceo de las ondas. ¿No nos recuerda el de una cuna, por ejemplo? ¿Por qué hay un balancín en las jaulas de pájaros desde el siglo XVII? ¿Y por qué en El columpio, el famoso y rococó cuadro de Fragonard, hay representado un delfín?

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