De muy baja estofa
Nadie es culpable de la familia que le toca, no debiera ser un elemento que marcase el proceder diario en el tránsito vital, pero en algunos casos basta observar, generación tras generación, y comprobar que resulta definitorio que el ejemplo recibido ahonda en un comportamiento como poco inadecuado. Y no, no son los genes y sí una educación cimentada en la arrogancia, el desprecio a quienes consideran más bajos en su escala de valores. Seguro que Luis Medina no pudo escoger que su abuelo se dedicara a ir por los pueblos de Sevilla y Huelva purgando rojos tras el golpe de estado fascista, tampoco que a su señor padre le gustaran los encuentros íntimos con menores de edad. Seguro que su actuación como comisionista sin escrúpulos, huida y vaciado de cuentas bancarias, no será cuestión de seguir una tradición familiar de bajeza y escasa catadura moral. El caso es que pertenecer a la nobleza no hace noble a nadie, hay pruebas diarias de ello. Los madrileños, con su alcalde como adalid, regalaron un puñado de millones a un tipejo de alta cuna, nula ética y aristócrata estirpe.