De la castidad a la casta
Hay palabras que son poliédricas en su significado, de forma que, en cada una de sus caras se relata una historia, a veces, análoga, pero, en ocasiones, completamente distinta de la anterior. Ocurre, como advirtiera Stevenson en “Ética y Lenguaje”, que si uno de los significados se reitera en época determinada, tal significado puede alcanzar la categoría de connotación política, respecto de un grupo de gente cuyos roles, pautas de conducta y relaciones sociales se hallan estructurado o en trance de estructurarse. Lo cierto es que la clave para el conocimiento de nuestra realidad social, en este momento puntual del periodo electoral, pasa entre otros extremos, por analizar los variados relatos de palabras que han devenido en iconos de alguna formación política. Me refiero al término “casta”. Etimológicamente, “casta” deriva del latín “castus”, casto. A nadie sobreviviente de aquel oscuro tiempo del franquismo, le pasa desapercibida la admonición continuada a los adolescentes que se resumía en dos de los diez mandamientos: los domingos, a misa (¿de qué color era la casulla del cura, niño?), y la castidad, castidad, castidad...
Más tarde, la palabra “casta” la oí utilizada como relato de otra cara del expresado poliedro de significados: “los toros de esa corrida tenían casta”, pero la fiesta se está devaluando, pese a la magia que derrama, el toreo de José Tomas, sumiéndonos o sumiéndome en una enorme contradicción cultural de la que no acierto a salir, máxime si uno es lector y admirador de Manuel Vicens. Y en la misma cara de los significados también: “a ese niño mío he de molerlo a palos, pero tiene casta... es el segundo embarazo que me trae a casa, pero la historia de esa casta jamás era atribuible a la hembra. Y en el sentido más peyorativo del término analizado “casta” podría referirse a clase o minoría autocerrada que, por motivos espureos constituye un grupo de filiación estratificado y endogamo. Referir tal significado a quienes han liderado desde la transición hasta hace tres años la cosa pública, en este país, es una maldad generalizadora y, por lo tanto, injusta, aparte de una simplicidad que puede caber en el lenguaje mitinero pero que resulta, en términos sociológicos absolutamente acientífica. Ha ocurrido también con el significado de otras palabras como Europa que, en principio, se percibía como vecino al que había que integrarse y ancla de salvación, y ahora, ya integrados para la llamada nueva política es origen de todos nuestros males. En todo caso, agradecería que en el lenguaje utilizado en la próxima campaña electoral, se dejara de utilizar la palabra “casta”, en cualquiera de los significados expuestos, o en su caso se atribuyera al fenómeno, cada vez más generalizado, de la corrupción.