De islas y tentaciones

    28 feb 2025 / 09:33 H.
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    Como estamos a las puertas de la Cuaresma, me he dado un atracón de carne con varios episodios de “La isla de las tentaciones”. Tenía que ver con mis propios ojos esas imágenes que han dado la vuelta al mundo; las de Montoya rompiéndose la camisa viendo fornicar a su novia. El propio apellido parece una caricatura sacada de la película “Montoyas y Tarantos”, o de aquella mítica frase de “La princesa prometida”: “Me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre. Prepárate a morir”. Al principio del “reality” todo me parecía insólito, así que me dejé llevar, como todos ellos, por una “montaña rusa de emociones”. Luego, las escenas se fueron repitiendo una y otra vez como un estofado de carne con mucho ajo, y la vieja bruja que hay en mí comenzó a despotricar de esa juventud de gym y bótox que quiere vivir eternamente en un mundo donde el deseo es igual a la necesidad de satisfacer el deseo. Yo no sé si volveré a ser la misma. He envejecido. De hecho, en el espejo veo a una nonagenaria arrugada como una pasa, que ha aprendido a perforar los deseos hasta el punto de la rendición. Ahora solo deseo tener la oportunidad de desear, de inhalar y exhalar... y de no oír hablar, menos aún de Trump.



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