De alguna manera u otra

30 jul 2019 / 11:36 H.

De alguna manera u otra, hemos dejado de conocer las reglas del juego, nos han privado de la sonrisa obsequiosa del juego limpio. No sé si podré soportar la idea de que no soy consciente, de que desconozco, ¡oh torpeza mía!, las reglas del juego. No sé si podré simular un mínimo de dignidad, si en el desempeño de mis acciones no hago cumplir las reglas con las que hasta hace poco me había comprometido. Fingiré con sonrisa furiosa y grosera complacencia, que esto ni de lejos se ajusta a lo que yo esperaba conseguir en estos tiempos convulsos que me han dejado fuera de mí. Creo que partimos todos de un principio ficticio y falso que confunde el cuerpo y el desenlace de una historia delicada que nos atañe de cerca, tan de cerca como la gratitud y exactitud de las palabras de un amigo verdadero. Solo y sin una fe a la que aferrarme, transmitiré sin énfasis alguno, la inutilidad de toda farsa que rodea al juego a veces perverso de la vida. Denostaré la flaqueza humana, acentuada al desconocer la razón, las inflexiones que modifican sin aclarar muy bien cómo nuestra posición y actitud en el escenario en el que nos disponemos a jugar cada día. Si los hechos hubiesen sido otros, oh ucronía, quizá la realidad sórdida que atrapa la ilusión del entorno que me envuelve, a pesar de mi inconmovible sonrisa y de defender sin esperanza la probabilidad de ser útil socialmente, habría diferido significativamente. Si hubiese completado con éxito el cambio que la vida me ofreció, si hubiese escuchado la voz del auténtico y genuino personaje que llevo dentro, si hubiese sabido explicar la técnica que hay que emplear para evitar un final prematuro y absurdo, no me habría retirado cabeceando al refugio último del desencanto, y mucho menos, me hubiese estremecido por cualquier acontecimiento a todas luces desacostumbrado. De alguna manera u otra, la capacidad creativa tendría que haber respondido fielmente a la increíble plasticidad neuronal y tendría que haber evitado a mi edad el retorno de lo reprimido. La vida es como ese espejo que con la mirada de cada cual que mira, podría haberse escrito un libro multidimensional que habría recogido con rigor extremo la complejidad que las bondades y los defectos humanos nos manifiestan con sus reales deseos, supongo. Me despierto sacudiéndome la grima de haber soñado con espacios libérrimos que dan sentido a la vida, y que al levantarme, me hacen poner en marcha mecanismos de supervivencia, antes de ubicarme en escenarios ambientados por extraños personajes a los que considero tan malos que acaban por no caerme mal. Por algo, la psicología no es sino el armazón que cubre cualquier desavenencia o suceso repentino venido de una fabulación que crea realidades que superan la ficción. De alguna manera u otra, lo que transmito al escribir, al igual que lo que ocurre a diario, antes sucede en mi cabeza, en ese lugar en el que una serie de voces toman la forma de una obra polifónica inacabada. Se acabó el hablar engoladamente, cuando no existan datos incontestables para combatir el nuevo costumbrismo de una sociedad que abusa de la tecnología y se olvida de que a mí en particular me interesa el arte por ejemplo. De alguna manera u otra, quien se atribuye el dominio del mundo en el que nos ha tocado vivir está a punto de fracasar en su empeño.