Culturas diagonales

30 mar 2017 / 11:18 H.

Siempre que una cultura se cierra sobre sí misma, acaba perdiendo y empobreciéndose para definirse. Contrariamente a lo que parece, o a lo que creemos desde la superficie, en la profundidad de las identidades las definiciones se matizan a través de la comparación y el cruce, las mezclas y las inclusiones, nunca desde la exclusión. Cualquier cultura que pretenda convertirse en referencia, ya sea hegemónica o no, es una sucesión de otras culturas, que como diagonales cortan e intersectan las perpendiculares y las líneas rectas, los espacios vacíos que deben rellenarse con el otro. Lo importante, más que nunca, es el otro, escuchar no ya desde el receptor sino desde la recepción, y en los estratos que se forman encontramos lo que nos engrandece. Reino Unido va a echar de menos a Europa, no solo porque el resultado fue ajustado y hubo extraños sucesos de desinformación, sino porque la sociedad británica, en general, vive unas circunstancias que nada envidiamos aquí. Los índices de fracaso escolar son alarmantes y los sueldos miserables, con una precarización laboral altísima que deja una gran masa social en condiciones económicas deleznables. Allí estuvieron a la cabeza de la despolitización en los sectores más comprometidos históricamente, repercutiendo en una sociedad del ocio y el consumo entendido como pérdida de tiempo, consumo de drogas y alcohol, telebasura, y banalización. Por eso los escoceses piden ya otro referéndum, porque quieren mantenerse en la UE y aspiran a otro modelo menos injusto, al margen de las reglas mercantiles del neoliberalismo. Londres se ha beneficiado de inversiones bursátiles y negocios durante décadas, y de hecho la capital votó a favor de la permanencia. Aquí en España la disgregación está servida por la instrumentalización de las lenguas y el patrimonio de todos. Yo haría sin duda obligatorio estudiar catalán, euskera y gallego en las escuelas de toda España, al menos básicamente. Es necesario conocer lo que nos pertenece, y debemos sentir como nuestro lo que siempre nos ha enriquecido. Durante décadas, en nuestra provincia, el contacto con otras culturas fue el que nos proporcionaban los emigrantes que volvían en vacaciones al pueblo para hablarnos de cómo se vivía en el Pirineo, en Barcelona, o en el País Vasco. Cómo existía una conciencia ciudadana que se reunía, protestaba o celebraba cuando fuera oportuno lo que la mayoría decidiese. Aprendíamos que había otra manera de ver el mundo. En aquel momento los emigrantes salían como mano de obra barata, mientras que ahora se lanzan a buscarse las habichuelas fuera con licenciaturas, doctorados, másteres... Según José Ortega y Gasset, en su célebre Teoría de Andalucía, la tolerancia a otras culturas característica del pueblo andaluz se debe a su historia milenaria, al haber estado expuesta a una mayor cantidad de culturas, lo que le permite apreciar lo que de valioso hay en las demás. Pertenecer a una cultura milenaria explicaría que el pueblo andaluz no ha visto la necesidad de reivindicar su particularismo: “Andalucía, que no ha mostrado nunca pujos ni petulancias de particularismo; que no ha pretendido nunca ser un Estado aparte, es, de todas las regiones españolas, la que posee una cultura más radicalmente suya”. Eso escribió el filósofo Ortega y Gasset, que, por lo demás, era una sola persona, aclaro, y no dos.