Cuando te toca de cerca

    27 ene 2021 / 17:26 H.
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    Hasta que no le alcanza a uno directamente no llega a comprender visual y desgarradoramente el dolor que nos está infringiendo la pandemia del coronavirus. Entonces, los muertos dejan de ser un número que vemos u oímos en la noticias para verlos y sentirlos como una extensión de nuestros propios sentimientos. Primeramente, la incredulidad, la impotencia y la culpabilidad al ver que se te va sin remedio, sin haberte dado tiempo a asumirlo, sin haberle podido dar un beso ni verla siquiera, por lo que piensas que ha sido un cúmulo de negligencias y mala suerte. Luego, la esperanza hecha añicos, el dolor agarrado a las entrañas, los abrazos sin pararse a pensar si son irresponsables porque en ese momento compartir nuestro duelo con un abrazo es una necesidad del alma, la incomprensión y la rabia ante la pregunta sin respuesta de por qué le tenía que tocar a una persona tan buena, la fe tambaleante por tantas plegarias que a la postre han resultado inútiles y tratas de restañar con el absurdo “a saber de lo que se ha librado”, las lágrimas brotando mansas mientras escribes un epitafio pensando todavía que solo estás en medio de un mal sueño. Y después de todo eso, aún con la herida abierta, el miedo. Un miedo acrecentado, real, paralizante, porque el virus ya no es cosa de telediario sino que lo percibes invisible entre nosotros haciendo estragos y no sabes si tú llevarás alguna de sus papeletas de la fatalidad. El tiempo pasa que vuela. Parece que fuera mucho más, pero solo es un año lo que va desde que se declarara en China. Ha trascendido fronteras, se ha extendido como un cáncer y se ha instalado para quedarse en nuestro planeta. La vacuna avanza a un ritmo desesperantemente lento y solo nos queda ser responsables con nosotros mismos y con los demás. Concienciarnos de que el aislamiento no es una absurda propuesta de los gobiernos sino un mal necesario, una imposición que debería nacer de nosotros mismos. Convertir nuestra casa en un refugio, posponer lo aplazable, salir solo para lo imprescindible y con todas las medidas de seguridad que se han ido viendo efectivas. Y esperar. Porque esto pasará como todo, porque lo nuestro es pasar.

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