Coste de oportunidad
Tengo que reconocer que inicialmente estuve tentado de titular esta columna como “¿Cañones o mantequilla?”, todo ello en medio de la gran polémica sobre si los países de la OTAN debían destinar el 5% de su PIB a defensa, según los dictados de Trump. La dicotomía “cañones o mantequilla” se atribuye a Jennings Bryan, Secretario de Estado de la Administración del Presidente Wilson, que en 1916 promulgó la Ley de Defensa Nacional, en la que se facultaba al Departamento de Agricultura para incentivar la producción de nitratos, en tiempos de paz para los fertilizantes y en tiempos de guerra para disparar municiones. Años después -1936-, el líder nazi Hermann Göring desenterró la idea afirmando que: “Los cañones nos harán más fuertes, la mantequilla solo nos hará más gordos”. Por su parte, el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, sostenía que: “lo podemos hacer sin mantequilla, pero a pesar de todo el amor que tenemos por la paz, no lo podemos hacer sin armas. Uno no puede disparar con mantequilla, pero sí con cañones”. Habría que esperar hasta los años 70 del siglo XX para que el profesor Paul Samuelson, Premio Nobel de Economía, popularizara la conocida frase en su prestigioso manual —en el que han estudiado Economía Política muchas generaciones de licenciados en Derecho y en Económicas—, formulándose la pregunta: “¿Dónde debemos invertir los recursos, en cañones o en mantequilla?”. Seguramente recordarán el referéndum que celebramos el 12 de marzo de 1986 sobre la permanencia de España en la OTAN, en el que Felipe González defendía aquello de: “OTAN de entrada no”. Pues eso, que yo emulando al líder socialista de la época, tampoco voy a entrar en este sentido de la dicotomía. Me quedaré con el concepto de coste de oportunidad, que me parece más ilustrativo.
El coste de oportunidad de una decisión no es otro que el valor de las cosas a las que se renuncia cuando se toma una determinada decisión en lugar de otra. Samuelson nos dice: “Supongamos que los factores —trabajo y capital— utilizados para extraer una tonelada de carbón se hubieran empleado para cultivar diez quintales de trigo; pues bien, el coste de oportunidad del carbón obtenido sería el equivalente al del trigo que se podría haber producido”. Mis antiguos alumnos recordarán que cuando en clase explicaba la educación a la luz de la teoría del capital humano, siempre les indicaba que para estimar el coste de la educación habría que añadir al precio de la matrícula, el de los libros, el material educativo, el colegio mayor o el alquiler del piso, actividades extraescolares, etcétera, así como el coste de oportunidad de los ingresos que se dejaban de percibir por no trabajar durante la etapa educativa postobligatoria.
La verdad es que la vida, también la económica, está repleta de elecciones, de modo que cuando optamos por una cosa debemos renunciar a otra, ya que los recursos son limitados. Por ejemplo, si voy al cine no puedo leer un libro o tomar unas cañas; si un país moviliza a su ejército —Rusia o Israel en estos momentos—, inutiliza una parte importante de su mano de obra para el sistema productivo; si un joven decide ir a la universidad, renuncia a cobrar el salario que podría obtener trabajando. En suma, cada vez que una persona o un país toma una decisión, incurre en costes de oportunidad por la opción descartada.
Hay algunos de estos costes que son más difíciles de medir. Por ejemplo, cuando se realiza una prospección petrolífera en un determinado territorio, además del coste de los trabajos habría que considerar el malestar —ruidos o mayor tráfico— ocasionado a la población residente, el deterioro medioambiental, la alteración del equilibrio y modo de vida preexistente, etcétera. En suma, el coste total incluye los gastos monetarios directos, los inducidos no explícitos y los de oportunidad.
Si los países de la OTAN incrementan el gasto en defensa hasta el 5% del PIB, tendrán que decidir los programas públicos que deberán reducir su presupuesto —educación, sanidad, infraestructuras, investigación— o los impuestos que se habrán subir para atender el mayor gasto militar.