Conversación con propósito

    11 mar 2025 / 08:59 H.
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    Hace unas semanas, recibí una llamada que me llenó de satisfacción. No por el hecho en sí de ser contactado por alguien con una dilatada y exitosa trayectoria profesional, sino por lo que representaba: una demostración de interés genuino y proactividad. En un mundo donde el ruido informativo es ensordecedor, que alguien decida invertir su valioso tiempo en profundizar en algunas reflexiones que compartí en un reciente artículo de opinión es, sin duda, un gesto que habla de la esencia de su liderazgo.

    Pero aquella conversación no se quedó en un mero intercambio de impresiones. Resultó inspiradora y me llevó a analizar cómo funciona la empresa que representaba mi interlocutor y a darme cuenta de algo clave: el propósito de una compañía no puede ser solo un objetivo en sí mismo, sino el medio para construir algo más grande.

    Durante años, el concepto de “propósito” ha sido el gran protagonista en la estrategia de muchas marcas. Se ha ensalzado hasta el punto de convertirse en la piedra angular de las narrativas comerciales, y en este camino hemos podido ver un factor común en los intentos fallidos: la superficialidad.

    El propósito, cuando se queda en palabras bonitas, en eslóganes de campaña o en memorias de sostenibilidad, no genera impacto. La falta de autenticidad y coherencia son su mayor enemigo. Cuando una empresa proclama su compromiso con una causa, pero sus prácticas diarias no reflejan ese discurso, los consumidores, empleados y accionistas lo perciben, y la confianza se erosiona.

    No se trata de lanzar una campaña sobre el cambio climático, la protección del medio ambiente, la desigualdad o la distribución de la riqueza, sino de transformar internamente la forma en que se opera. Esto implica mayor transparencia, rendición de cuentas y un compromiso real con la causa que se defiende. Hoy en día, los consumidores somos cada vez más exigentes y pragmáticos y no nos dejamos llevar solo por historias inspiradoras; buscamos empresas que realmente hagan lo que dicen.

    Volviendo a la organización de mi interlocutor, su éxito radica en cómo ha entendido el propósito: como un modelo de negocio y no como una simple herramienta de marketing. En lugar de utilizarlo para adornar su comunicación, lo ha integrado en su operativa diaria, reflejándolo en sus valores fundamentales: compromiso, cercanía, calidad, honestidad, transparencia, solvencia y solidez. Aquí radica la gran diferencia: no lo han convertido en un claim publicitario, sino en el motor que impulsa todas sus decisiones. Han entendido que no se trata de “decir”, sino de “hacer”. Y que los resultados llegan cuando lo que proyectas al exterior está respaldado por acciones tangibles.

    Las marcas y organizaciones que prosperarán en el futuro no serán aquellas que hablen más alto sobre su propósito, sino aquellas que logren integrarlo de manera auténtica en su cultura y modelo de negocio. Pasar del “por qué” al “cómo” es clave para hacer de él algo concreto y medible, en lugar de un simple discurso inspiracional.

    En el caso de esta organización provincial, el hecho de mantener durante muchos años una propuesta de valor clara centrada en el beneficio real de sus productos y servicios, no le ha impedido enfrentarse a retos significativos, como el cambio climático, avances tecnológicos, regulaciones, cambios sociales, demográficos, económicos y geopolíticos; sin dejar en ningún momento de saber quien es y lo que representa.

    El propósito no es una moda, ni una estrategia de ventas. Es la razón por la que una empresa existe y el impacto que quiere generar en el mundo. Y ese impacto solo es creíble cuando se refleja en la forma de actuar, día tras día.

    Esa es la lección que, sin buscarla, encontré en una conversación inesperada. Una lección que, estoy convencido, marca la diferencia entre las organizaciones que perduran y las que simplemente intentan seguir la corriente del momento.



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