Conejero, Afán y “La Paca”

14 mar 2020 / 10:18 H.
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En una de esas ensoñaciones que la red nos insufla como si la vida transcurriera a través de ese
impulso eléctrico que nos abre y nos cierra al mismo tiempo la ventana
del otro y los ojos propios, un amigo de los entrañables, de los que viven tu propio latido en la distancia, me hacía llegar un pensamiento que venía a proclamar que inventamos la literatura al sentirnos incompletos, perdidos, navegantes de
un proceloso mar de soledad en el que necesitamos una boya a la que sabernos abrazados en mitad de la tormenta que nos despierta al alba.

Y, en efecto, la literatura es ese flash que nos permite deslumbrarnos interiorizando lo que solo amasado con nuestras más profundas incertidumbres, nos deja asomar la pupila, acaso la cascada de esa sangre que alimenta neuronas y aviva un alma intangible, al paso titubeante de la existencia que ni siquiera sabemos que arrastramos. Entre los muchos cauces que la literatura nos marca, sobresale uno que excede al íntimo regocijo de un mundo imaginado. Hablo del hecho teatral, de la literatura dramática que dialoga no solo con los personajes sino con el propio espectador. Nuestro dramaturgo jiennense Alberto Conejero define este universo con sutil precisión: “Creo en la potencia radical de la palabra teatral arrojada de un cuerpo a otro y que siempre termina en el de los espectadores, en el mismo tiempo y en un mismo espacio. Cuerpo, palabra, tiempo y espacio... esa es la encrucijada. Creo que el teatro debe abrir grietas, generar preguntas, sacudir nuestras propias certezas; no debe habitar en un púlpito ni en un estrado, sino en la duda”.

Conejero nos abre, con desinhibida camaradería, no solo la puerta a situaciones que nos enfrentan con nosotros mismos, sino que está convencido de que el teatro esta llamado a convocar el encuentro con el imaginario de los espectadores. Es decir, se transmuta en crónica mucho más allá de sus adherencias históricas para dejarse mecer por su vertiente emocional, ética y personalizada. Todo momento histórico necesita una visión del pasado para poder construir el hoy a avanzar hacia el mañana.

Confieso haber disfrutado con muchos de los montajes de Alberto Conejero hasta el punto de buscarlo en programaciones y escenarios más allá del secano en que teatralmente naufraga nuestro Jaén. Sin embargo, es de justicia mencionar a otro de los faros con que esta tierra ilumina las tablas y proscenios allende el mar de olivos: Tomás Afán y con él, la impagable labor de “La Paca” en cuanto a sembrar en las siguientes hornadas la levadura del teatro. Afán y Conejero, cada uno en su butaca de autor —Tomás incluso también en la de actor— dirigen su palabra, su efervescente verbo, hacia esa sociedad que necesita huir de los agobios del ser para enfrentarse a un mundo que les seduzca con la mirada, el gesto, el llanto, el sudor o el grito de los personajes que podemos ser cada uno de quienes nos nombramos espectadores.

Conejero y Afán escriben con Jaén de fondo. Esperemos que, de esas raíces suyas, de esas palabras y páginas con que nos alimentan, broten también nuevos espectadores, nuevos escritores, nueva sabia que nos haga olvidar el olvido, abandonar el abandono y aventar el polvo de nuestros escenarios locales. Como bien decía mi buen amigo, estamos incompletos sin el teatro. Sencillamente, lo necesitamos.

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