Ciudad y memoria

    27 mar 2023 / 09:00 H.
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    En un mundo inconsistente como éste, aún nos queda la tierra como referencia de risas y de llantos, pero también como ese lugar que nos dota de confianza y entidad . Releo con frecuencia las páginas de un gozoso libro de Ítalo Calvino, “Las ciudades invisibles”. Espacios acotados, evocados por Marco Polo según un viaje que la mente de éste escritor italiano de origen cubano traslada prodigiosamente al libro citado, donde se dibujan infinitos perfiles de una desconocida pieza con diferentes lecturas, entre las que “Las ciudades de la memoria” es notablemente seductora. Secuencias encadenadas a la imaginación, alzadas sobre territorios con luces diferentes: Toledo y Jaén. Parecería como si el paisaje, con la espontánea sencillez de sus vestiduras, configurasen un todo sobre la tierra imaginada y la vivida, acunadas en el mismo territorio. Dos universos abiertos o cerrados en torno al caudal emanado de sus propios misterios, separados por 300 kilómetros. El primero, acunado bajo aquellos cielos, un tanto agitados y barrocos, pintados por El Greco que coronan nerviosamente las tardes de otoño sobre la llanura manchega, diferentes a los cielos andaluces, bajo los que la ciudad de Jaén cuenta con su propio universo, mansamente dispuesto, trasparente y luminoso, sobre una geografía de agrisado verdor que, de modo velado, abre su puerta de luz al visitante que pretenda alcanzar cualquier lugar del Sur.

    Sí, al cruzar Despeñaperros, lo hago con mucha frecuencia, percibo otro aliento. El paisaje nos recibe desalojado de la frondosidad de nubes que visten los cielos manchegos y la naturaleza me obsequia gozosamente con el frescor de un aire nuevo que, sin sentirlo demasiado ajeno al anterior, lo recibo con mayor dosis de familiaridad. Los tres o cuatro primeros años de vida los pase en tierras próximas a Toledo, cerca de un lugar que frecuentamos ciertos fines de semana y alguna fiesta entre las principales del año. Sin embargo, nada o poco marcaron en mi aquellos lugares de la infancia, más allá de recordarme la dolida fragilidad de don Pío, un maestro represaliado que cumplía años junto a su mujer e impartía docencia en la modestia del domicilio de ambos.

    Andalucía, a la sazón, desconocida por mi, territorio donde habitaban mis padres, tenia otra resonancia. Se me acercaba a manera de una Ítaca desconocida, remansada por el misterio evocador que permite vivir en una esperanza conducida hacia esa invisibilidad seductora que sustancia el vivir. En efecto, para estudiosos como Mircea Eliade, desde la más remota antigüedad no se puede existir sin lo invisible... Lugar al que arribé con el deseo que habita el entorno de los niños, cuya máxima aventura consiste en sentirse crecer protegidos por el hogar que, por derecho de sangre, les corresponde. Al cabo, me instale en un Jaén con parecidos avatares a las personas de mi generación que habitaban en la ciudad; Inicio de una Andalucía distante de la patria de Cervantes, y más a la de Santa Teresa. La primera, me ofreció su particularidad sobre un solar pobre de olivar. Diferente al quebrado paisaje Jaenés: olivos en altura, y reserva de las margas allanadas al cultivo del cereal más una arquitectura que, en la lontananza del Señor de los Cobos y de modo recurrente, interviene demasiado en la consideración de la geografía ubedí, en todo distante a las castellanas; tan escasamente adentradas en el Sur; cuya linde queda marcada por Despeñaperros. Imagen configurada de modo un tanto desnaturalizado debido a la fantasía de grabados y serigrafias deudoras de artistas y estampadores foráneos, correspondientes al tardo romanticismo , concebidas a modo de escaparate que, sin embargo, supera con mucho la propia naturalidad del paisaje jaenés, representado por esta bellísima extensión de cielo parcelado de nubes pintado, casi inmediatamente después, por Pedro Rodríguez de la Torre, hoy en el Museo de Jaén.

    Sí, tierra otra, incluida la llamada de pan llevar, situada casi a tiro de piedra de la frondosidad de una sierra que determina el enorme pulmón asistido por una naturaleza que da solar a pueblos tan misteriosos como Cazorla y Segura de la Sierra. Lo demás es historia y esta, movediza o veraz, para los más conspicuos ilustrados españoles, se afirma en la cultura de los pueblos y también en sus costumbres; de otro lado, desdeñadas por ciertos proceres avitolados que, con especial desconfianza, convoca José de Cadalso en las páginas de “Los eruditos a la violeta”. Al cabo, costumbres procedentes de ese misterio que nos conduce al mito y a los dioses, quienes, reacios a descubrirle su vida a los mortales, afirmaban la verdad según la trascendencia de su antigüedad, considerada como símbolo de conocimiento. Es el poder procedente de la historia poética sobre la fáctica. Esto es, cuando los dioses, tendentes a ocultar sus vidas a los mortales, afirmaban que la tierra sólo se ríe cuando se siente iluminada por el sol, cuya generosidad afecta a la geografía andaluza que da sitio a Jaén, de manera semejante a como la hace llorar cuando el astro se esconde demasiado.

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