Chencho

    21 dic 2025 / 08:48 H.
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    Vosotros id yendo, que en un rato nos vemos allí. O no. Todos los años igual: la ansiedad por las reuniones para tocar la zambomba y las narices, las bromas de mis sobrinos, el besugo de mi cuñado, los polvorones estrujados, la sidra, el champán que no lo es, los afectos, que tampoco. Y para rematar, las 12 uvas sin piedad y el teléfono ebrio de mensajes impersonales. Y yo, con la excusa de que se me ha olvidado el vino, ralentizo mi caminar bajo los destellos de las luces de Vigo (visibles desde aquí), sorteando futuros cadáveres de personas dichosas por el paréntesis navideño, hipnotizadas por el soniquete conformista de las pedreas de mil euros y por las campanadas a medianoche que les insuflan la esperanza de que el año que viene será mejor que el que se va. Hasta que llego al albergue para indigentes y me paro en la puerta. Y pienso en el portal de Belén y en el niño que todo lo cambió, al menos en esta parte del mundo. Y dudo y doy un paso, dos, me paro, aproximo mi mano al timbre, decidido a entrar, por fin, para echar un capote, coger una mano y mantener una sonrisa. Por fortuna, el ataque de solidaridad (qué compromiso) amaina justo a tiempo y cuando salen a abrirme ya me he ido, que he quedado con el padrino búfalo para buscar a Chencho en la Plaza Mayor.

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