Cantos de chicharras

    19 jun 2022 / 16:24 H.
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    No son melodiosos ni relajantes, al contrario, son obsesivos, monocordes y si cabe atormentadores. Al escucharlos, cualquiera sabe, por muy obtuso que se sea, por muy desnortado que uno se encuentre, que fuera, muy cerca, en los alrededores, o en el ardor de los propios pellejos in situ, se padece de abundoso calor, descartando, sin ningún esfuerzo intelectual añadido, que no nos encontramos a pie de playa, ni esquiando en Sierra Nevada. Estos ruiseñores del infierno, en realidad no son cantores, ni nada parecido, obedecen a sus instintos sexuales, siendo los machos los que hacen sonar sus tambores abdominales para convocar a las hembras. Hecha esta curiosa salvedad sobre estos curiosos insectos, tan sólo cabe concluir que los y las chicharras van a lo suyo, y que el calor es lo que es. Por eso me resulta tedioso, y algunas veces hasta irritante, que todos los informativos dediquen una amplia franja de su original y sorprendente noticiario para hablarnos del calor y sus consecuencias, donde siempre aparece un aguerrido reportero que suele interpelar a cualquier ciudadano errante con la ocurrente pregunta de siempre: ¿Cómo lleva usted este calor? Y donde tan sólo cabe la misma e ingeniosa respuesta de siempre: pues, como se puede. Noticias refrescantes y esclarecedoras dónde las haya, y una aportación anodina al campo de la investigación periodística. Inmediatamente después nos abruman con todas las precauciones y posibles remedios que hay que tomar para evitar la deshidratación, los golpes de calor, las lipotimias, las quemaduras solares, el abuso de energía, etcétera. Y continúan con las consecuencias que pueden tener nuestras negligencias, a saber, cáncer de piel, infartos, incendios, ahogamientos, etcétera. Y después, para rematar la bochornosa faena y dejarnos talmente desamparados y culpables en las calderas de Pedro Botero, nos informarán desinteresadamente del incremento de costes que contemplaremos en la factura de la luz, debidos sin duda a los afanes desmedidos por refrigerar nuestras mortales carnes. No obstante, echo de menos el consejo de algún doctor en medicinas naturales o alternativas, aconsejando como remedio para paliar estos rigores, el uso del botijo y el abanico, sin duda más sanos y menos costosos. Y esta letanía chicharrera se repite año tras año como un catecismo aprendido, sin haber aprendido que cuando la chicharra canta no te tapes con la manta.

    El otro día escuché por la radio a un ciudadano de Écija lamentándose que su pueblo tan sólo sale en las televisiones una vez al año, para la famosa y clásica demostración de ese huevo que se fríe en cualquiera de sus calles sin necesidad de aceite, sartén o lumbre. Y este hombre de alguna forma estaba herido en su orgullo, y lo entiendo. Que se metan los huevos donde les quepan; así terminó su intervención. Pero si a estos pesares climáticos los andaluces añadimos los cánticos achicharrantes, por tediosos, los cantos de sirenas, por falsos, y los cantos de cisne, por nosotros, con que se han prodigado los políticos en la pretérita semana, tendremos superado el purgatorio. Tan sólo nos queda hoy, abanicarnos con el sobre del voto para darle una utilidad tangible y depositarlo en la urna para refrescar alguna ilusión perdida.

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