Brindis al infinito

19 nov 2019 / 09:04 H.
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Son consecuencias de andar uno ya al borde del límite de la vida, pero son consecuencias duras, dolorosas. Desde esta altura del camino es difícil que transcurra una jornada sin ver con pena cómo alguno de tus muchos amigos cumple su última etapa de una carrera que no tiene una meta final concreta. El pasado viernes, día 15, falleció un amigo entrañable, un personaje singular aunque muy conocido en Jaén, poco dado a las tertulias en las que no se hablara de toros y, además, con conocimientos. El tenía su propia personalidad y conservaba las hechuras y ademanes del torero que había sido durante muchos años, porque José Marín Bustos, nacido en Linares en 1945, vino al mundo para ser torero y en conseguirlo puso siempre sus ilusiones y sus afanes. Aún así, sus comienzos en el mundo profesional fueron en Madrid, en la empresa Barreiros, y después vino a Jaén para trabajar en la Junta de Andalucía. Su pasión por los toros prendió en fuerte llamarada en Madrid, donde comenzó a dar sus primeros capotazos vistiéndose de luces por primera vez cuando tenía 13 años, logrando destacar entre los novilleros, aunque nunca tomó la alternativa, él decía siempre que porque no le interesó tomarla. Después, decidió ser torero de plata y se convirtió en un excelente banderillero con el nombre de Joselito Marín. En 1983 sufrió una grave cogida. Los médicos le recomendaron que abandonara el mundo de los toros, pero Joselito, una vez restablecido, se vino a Jaén, donde continuó su arte como subalterno hasta su retirada definitiva en una corrida en Granada, en 1991, en la que alternaban Espartaco, Joselito y Paquito Ruiz. Se asentó en Jaén, junto a Manoli, su esposa, y sus hijos José Manuel y Clotilde y durante algún tiempo fue conserje de la Plaza de Toros de Jaén. Le gustaba pasear por las calles de la ciudad, siempre con su puro en la boca y evocando en sus andares un paseíllo al son de un pasodoble torero. Era respetuoso, educado y amigo de quienes él sabía que eran sus amigos. Lo recordaré en sus visitas al desaparecido “Miami” y, especialmente, en el “Cossío”, la taberna que regentó su hijo Jose, toda ella un monumento dedicado a la tauromaquia, donde tantas veces coincidimos. Joselito Marín hizo ya su último paseíllo y sus amigos hacemos un emocionado brindis al infinito con la esperanza de que le llegue allá donde se encuentre.

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