Bescansa, nuevos tiempos

Alfonso Guerra tenía razón: a este país no lo conoce ni la madre que lo parió. Tal vez la descripción más acertada de la nueva España la podría hacer Dieguito, el bebé de Carolina Bescansa, tras pasar toda una mañana en el hemiciclo en brazos de su madre, pero la criatura, naturalmente, todavía no habla. Se ha criticado mucho la decisión de Carolina Bescansa (Podemos) de acudir a la sesión de investidura de las nuevas Cortes con su hijo en brazos, que lo amamantara sentada en su escaño durante la solemne sesión, lo han visto mal desde colectivos feministas hasta la exministra Carme Chacón, pero si observamos detenidamente la actualidad política, Dieguito —que además se llama como Maradona— supone la gran esperanza: que al menos su generación saque al país del embrollo en el que se encuentra. Crece pronto Dieguito, tú si puedes. Un hijo es esa corporeidad mortal y rosa donde el amor encuentra su infinito, que dijo el poeta, y Francisco Umbral recogió en uno de los mejores libros que se escribieron durante el siglo XX: ‘Mortal y Rosa’. El niño asomaba de vez en cuando sus ojillos, que todavía ven poco o nada, se llevaba las manos a la boca, porque los bebés saben a mandarina, y en su cerebro en formación debió reivindicar el universo de Peter Pan, Blancanieves o el Rey León, que son los héroes que lo esperan dentro de un tiempo en el pasillo de su casa cuando él convierta un palo en una espada de fuego, en la imaginación infinita de un niño, pero ahí estaba Diego, en el hemiciclo, rodeado por Pablo Iglesias, Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera o Juan López de Uralde, y tal vez en un momento determinado, porque ignoramos lo que puede llegar a pensar un bebé, algo se le pasó por la cabeza: “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”. El capitán Trueno debió acudir a su rescate pero se retrasó. Dieguito es la esperanza porque un niño
—el que será cuando pase algún tiempo— representa la capacidad de asombro, la fuerza para descubrir cosas nuevas en cada instante, y lo que llama la atención es la sorpresa que causó en el rostro de Rajoy ver pasar por delante de su escaño para votar al presidente del Congreso al diputado de Podemos Alberto Rodríguez con rastas. Alberto Rodríguez parecía uno de esos futbolistas extranjeros que de vez en cuando llegan a un equipo español, a los que el entrenador obliga inmediatamente a cortarse el pelo. La sesión de arranque de la XI Legislatura, que no se sabe si va a durar mucho o poco, fue la más atípica —no histórica— desde la primera, en julio de 1977, aquella decididamente histórica, sí, cuando Dolores Ibárruri ‘Pasionaria’ y Santiago Carrillo entraron en el hemiciclo cogidos del brazo. Las nuevas Cortes se formaron en una atmósfera política inédita y preocupante. En su viñeta del pasado jueves, en ‘El País’, El Roto describía de manera sensacional el estado de la cuestión: un meteorito con una larga estela de fuego, con los colores de la bandera catalana, se dirige a la Tierra con el siguiente texto: “Cuando alcance la atmósfera terrestre se desintegrará, decían los expertos. Pero el meteorito mantenía su trayectoria”. Y ahí viene el meteorito con todo su peso. Los distintos partidos políticos han expuesto sus argumentos en Cataluña. Todos asimilables, según la óptica de cada cual, bajo el manto de la democracia. Pero en ocasiones, cuando habla la CUP; parece que se trata de la conversación de sobremesa del tío que se comió el solomillo del toro que mató a Paquirri.