Balas y vergüenza

    26 abr 2021 / 10:09 H.
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    Cuando el odio hacia el otro ya no se puede disimular, ya es que solo queda llorar por la democracia y clamar un cambio radical en el país. Cuando escuchar a la señora Monasterio burlarse de cartas con balas hacia tres personas por tener ideas contrarias a las suyas, ya es que solo queda avergonzarse profundamente de la escoria política de este nuestro país. Cuando consentimos que una extrema derecha aparezca en el escenario político, cargando de odio, mentiras, demagogia y mierda pura, olvidando la historia, exigiendo odio hacia el prójimo... ya es que solo queda reconocer que nuestro país está en un coma profundo y que la ignorancia reina por las calles. No entiendo que la libertad de expresión dé rienda suelta al racismo, a la xenofobia, al fomento del odio, al fascismo, a la apología al nazismo... No puedo entenderlo. No consigo meter en mi cabeza la idea de que existan “personas” (sí, entrecomillado, porque no son personas, no pueden ser personas) que promuevan toda esa basura de ideales retrógrados y antidemocráticos. Me enfurece y entristece ver como el discurso del odio y la mentira gana terreno en una España cada vez más muerta y más ignorante.

    Ver cómo se ríen de las amenazas ajenas es intolerable. De la misma forma que me parece inconcebible esa campaña política cargada de mentiras, sobre los menores no acompañados, obviando detalles como la procedencia española de más del setenta por cierto de estos menores en estos centros. Asistir al abuso de conciencia de que los ciudadanos españoles no se leen los programas electorales, y votar en contra de las pensiones de nuestros mayores, de jugar al asqueroso juego de la privatización de los servicios públicos, de beneficiar al colega que tiene la cartilla llena de millones y de putear al trabajador... Es simplemente asqueroso cómo se puede jugar a ser dios promoviendo odio y violencia. No puedo entender, jamás entenderé como un tipo que no ha cotizado en su vida puede decirme que el menor no acompañado que cruzó el Estrecho arriesgando su vida, sufriendo un infierno en su infancia y buscando un rayo de luz que seguramente venga impuesto por mentiras, sí ese señor del partido ese con nombre de diccionario, puede decirme que un menor viene a violar a nuestras hijas, a quitar el pan de nuestro pueblo, a matar a nadie. Usted, señor Abascal, y su séquito de retrógrados, son quienes vienen a robarnos el pan, a matarnos de hambre e ignorancia, a darnos banderitas para colgar en los balcones y esperar que del cielo nos caigan sobres de sopa para cocinar en nuestra propia orina. Porque gente como usted, o como esa señora que se reía de una carta que portaba balas, o como el que tiene apellido que suena a otro país... son el gran peligro de este país.

    Me duele el alma ver a mi país. No consigo entender cómo hay personas que abrazan este discurso basado en mentiras y en el desconocimiento total de datos, de historia, de verdad. No puedo meter en mi cabeza la idea de que el fascismo vista mi país. No puedo entender que alguien pueda chotearse de un acto tan ruin como una amenaza de muerte. Luego jugamos a nombrar a ETA, que eso mola un montón, removiendo un pasado cercano sin querer desenterrar a nuestros muertos de las cunetas, porque el pasado de las fosas comunes no interesa, ese hay que silenciarlo, porque hay que dejar en paz a los muertos. Porque los muertos a manos de ETA parece que no son muertos. Pero ETA es historia, y como la de las cunetas, hay que conocerla para no repetirla.

    Quienes me conocen saben perfectamente que no siento simpatía alguna por el señor que se levantó y se marchó en el debate de la SER, ante la burla y la falta de educación de la señora Monasterio, pero lo cierto es que empaticé totalmente con él. Porque a mí no me vale las amenazas selectivas, las defensas selectivas ante los mismos hechos. Y con todo, el país se llena de cartelitos y banderitas de esta gentuza, porque el discurso del odio y la mentira es más rentable que el de la lucha por el bien común. Porque mientras odiamos al de fuera, no hay que estar pendiente de que los de arriba se toquen a dos manos.

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