Arqueología del futuro

    13 nov 2017 / 09:36 H.

    Hace poco me tropecé con una revista japonesa de arquitectura de 1984, Shinkenchiku, que usaba para su concurso anual de vivienda el lema: Un estilo para el año 2001. Ojeando algunas de las imágenes de lo que podría haber sido nuestro pasado próximo se apreciaba una estética que tiene mucho que ver con los aspectos visuales del cine de ciencia-ficción. Cuando hace unos años imaginábamos ese futuro podíamos figurarnos un conglomerado de rascacielos como en “Blade Runner” donde la polución, la violencia y la invasión publicitaria fueran los ingredientes para presentar una metrópolis caótica. Otra opción posible era la de ‘2001, una odisea del espacio’, de Stanley Kubrik con espacios blancos, limpios, abiertos, de líneas precisas y envueltos en una atmósfera ligeramente lisérgica aunque luminosa. Sin embargo, en el imaginario colectivo sobre ese futuro nunca estuvo la imagen desoladora de islas de desechos plásticos cubriendo los océanos, como la que flota a lo largo de varios kilómetros en el mar Caribe. Hace tiempo había oído hablar de ella pensando que se trataba de otra leyenda urbana, pero al ver las penosas fotografías contaminando nuestro espacio más azul, más puro, algo se me rompió aquí dentro, junto al esternón, y fui consciente del daño irreparable que los humanos nos causamos a nosotros y al caudal de vida que contiene tanto la tierra como el agua.

    Pero como no me gusta el adjetivo irreparable me he lanzado a la búsqueda de personas que estén consiguiendo ellas solas que la naturaleza regrese. Y las he encontrado. Héroes corrientes, como Antonio Vicente, un trabajador que hace 20 años pensó que nadie fabricaba agua y decidió hacerlo él. Compró un terreno a unos 200 km de Sao Paulo y empezó a plantar árboles porque absorben y retienen agua en sus raíces. Día a día fue dando forma a un bosque lluvioso tropical de cerca de 50.000 árboles. Cuando compró la finca había solo una fuente, hoy hay cerca de 20. También en Brasil, el fotógrafo Sebastiao Salgado ha plantado junto a su esposa, Leyla Wanick, dos millones de árboles en la finca de su padre que se había convertido en un desierto. Ahora, además del regreso de plantas y animales, se está combatiendo la sequía y está volviendo a brotar el agua de las fuentes de los ríos de la región.

    En la India, Jadav Payeng, hace más de tres décadas comenzó a enterrar semillas y trasplantar árboles de especies autóctonas en un territorio arenoso y estéril a orillas del río Brahmaputra. Hoy ha creado 550 hectáreas de selva refugio para aves, ciervos, rinocerontes, tigres de Bengala, elefantes y otras especies que habían perdido su hábitat natural.

    Si acciones individuales como éstas, capaces de revertir la degradación ambiental, tienen una dimensión planetaria inconmensurable, cuanto más podrá hacerse si la conciencia medioambiental se eleva a los Estados. Algunos países han decretado para poder tener un mundo libre de plásticos. Muchos de los que establecen una tolerancia cero a este material están en África. Países como Kenia, Ruanda, Senegal, Mauritania, Etiopía y Uganda sancionan el uso de bolsas de plástico con multas de hasta miles de dólares o incluso con penas de cárcel. Otros muchos países occidentales, salvo Norteamérica, también han regulado la limitación de su uso. España, por ejemplo, tiene que suprimirlas en 2018.

    El plástico mata cada año cerca de un millón de aves marinas, cien mil mamíferos marinos e innumerables peces. Una sola bolsa tarda 400 años en degradarse. Aunque Stephen Hawking dé por perdida la Tierra y nos pida que vayamos pensando en mudarnos a Alfa Centauro, me cuesta mucho rendirme, quizá porque a mi pesar no soy tan lista como el científico, y me inclino a creer que la Humanidad no ha llegado todavía al punto de no retorno. Por el contrario, tengo la certeza de que el mundo está solo al principio de su evolución, es una máquina en funcionamiento con una enorme expectativa, un organismo frente al porvenir, una unidad a lograr, una verdad por descubrir. Aunque crear no sea tan fácil como destruir. Aunque cada semilla haya que tratarla con cuidado para que germine.