Aquellas primitivas formas...

07 abr 2020 / 16:20 H.
Ver comentarios

Nada o casi nada tienen que ver los usos y las formas en el estilo y uso de la manera de procesionar de nuestras hermandades y cofradías en aquellos primeros siglos desde su fundación primigenia con las formas que hay en la actualidad. El concepto “penitencial” tenía y en él se observaba unas formas que se encontraban plenamente recogidas en todas y cada una de sus reglas. Durante los siglos que fueron desde el XVI al XVIII, el concepto de culpa se encontraba muy arraigado en el pueblo fiel y todos o casi todos los males acaecidos en la sociedad jiennense se achacaban ingenuamente a un castigo divino por culpa de nuestros pecados como podían ser las plagas, pestes, hambrunas, sequías, guerras, etcétera.

Las procesiones penitenciales, sus cofradías y la Semana Santa era la época propicia para resarcir todas esas faltas. En la capital del Santo Reino casi todas las cofradías estaban establecidas en alguno de los monasterios esparcidos por la ciudad y así los cenobios franciscanos, dominicos, trinitarios, agustinos, etcétera, eran la sede desde donde se organizaban tales desfiles
procesionales.

Los hermanos de dichas cofradías se vestían en las sacristías de los templos o en sus propias capillas e iban ataviados con túnicas recias de angeo o lana en su color, de basto tejido que llegaban hasta las rodillas, siempre descalzos y cubriéndose la cabeza con un capuz. La procesión partía siempre a la caída de la tarde para que se adentrara en plena noche. La comitiva de la procesión se iniciaba con una gran cruz, seguidos de los hermanos de luz que, con hachones cubiertos de pez o grandes cirios dorados, iban iluminando todo el cortejo hasta llegar a la imagen de Cristo, si era un Crucificado, estaba tumbado y si era de otra titularidad, iba en pequeñas andas. Existían también los hermanos flagelantes que con las espaldas descubiertas eran azotados por otros hermanos que también ejercían el oficio de confortar las heridas con unos ungüentos elaborados solamente con vinagre y miel. Los hermanos de la Cruz de Santa Elena portaban cruces al igual que su Jesús Nazareno.

Tras este espeluznante espectáculo, el cortejo lo cerraba la Dolorosa, enlutada de negro con corazón de cuchillos y su corona y media luna de plata. Tras esta mujer, los frailes enfilados cantaban el miserere o el stabat mater, mezclado con el gregoriano.

Esta noche de Martes Santo, la cofradía del Silencio nos
traerá tan solo los recuerdos, y los estilos de otros tiempos pasados. El Silencio sepulcral, el roce de las cadenas, el caperuz caído sobre la espalda, la luz de los farolillos y el imponente Cristo de la Humildad asomándose sobre las sombras, es una de las procesiones más sobrecogedoras y esperadas por la sociedad jiennenses año tras año. En esta ocasión, el silencio lleva ya un tiempo ocupando las noches de la capital, sin que haya una procesión de por medio, sino por culpa del coronavirus y del confinamiento de los jiennenses.

La alegría de todo un barrio llena del rojo “magdalenero” a toda una raza castiza, a toda una ciudad, desde las piedras romanas y árabes, un costado abierto por la Clemencia, recogerá todos y cada uno de los olores de la primavera mientras las rodillas descarnadas de Cristo, una y otra vez vuelven a caer desde la Puerta de Martos hasta los Jardinillos. Si subís de madrugada hasta la Plaza del Pato podréis oír la conversación secreta entre María del Mayor Dolor con San Juan, que se repite día tras día.

Desde el barrio de la Alcantarilla Cristo recoge agua de la calle Pozo para lavar los pies a sus discípulos en la mesa pascual, mientras un beso sella la herencia del amor por siempre.

Articulistas