Antonio Ocaña Ortega

    18 ene 2023 / 18:25 H.
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    En los finales del pasado año Torredonjimeno ha perdido un referente y una memoria completa del último siglo. Le debía esta columna desde que declinó que lo incluyera en mi galería de tosirianos por su sincera sencillez que no supe vencer con razones. Era un hombre cabal, un hombre de bien, que heredó de su padre, Juan Eleuterio, la limpia caballerosidad y de su madre, María Luisa, la piedad que expresaba en su práctica religiosa. Mi primer recuerdo —aún borroso— es del Año Santo Mariano (1954), Antonio, Luis y Joselito preparando la procesión de todas las Vírgenes del pueblo; poco más tarde, organizando la Cofradía del “Ecce Homo” con Hilario y Rafael Castillo junto a la Virgen del Rosario; disfrutaba las procesiones y en la Semana Santa. Guardaba cualquier documento, papel, cartel, programa, libro o folleto relacionado con el municipio, en especial de cultos o temas religiosos; un tesoro documental de historia local. Su portentosa memoria era un pozo de saber de personas y eventos, lo evocaba todo con nitidez mucho tiempo después. Atendía amablemente a todo el mundo con palabras sencillas y veraces, sin habladurías ni fábulas; nunca habló mal de nadie. Una persona ejemplar.

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