Andalucía y los tópicos

04 jul 2019 / 11:36 H.

Con el veranito vuelven los tópicos. Andalucía se lleva la palma, querida y criticada por unos y otros, pronunciada a lo guiri, con sus chiringuitos y trajes de faralaes y peinetas. Así, en ¡Bienvenido, Míster Marshall! (1953), la genial película de Luis García Berlanga, el pueblo castellano se vistió y redecoró como andaluz para recibir a los americanos. Desde la España invertebrada (1921) y la Teoría de Andalucía (1927), ambas de Ortega y Gasset, se insistía en algunos asuntos que hoy día nos siguen doliendo. Duele, por ejemplo que, tras la posguerra, España se industrializara en ciertas regiones del norte a costa del empobrecimiento del sur, y que aquella burguesía —Barcelona contaba con más afiliados a Falange que ninguna otra ciudad— lo consintiera. Duele una mano de obra barata que se desplazó a Cataluña, y que ahora los descendientes de aquellos charnegos sean los más independentistas, ya de tercera o cuarta generación, como el amigo Rufián, quien ha pasado de veranear en La Bobadilla, cuando adolescente, en la provincia de Jaén, con sus primos y amigos, a no querer compartir con ellos ni unos chatos de vino o unas tapas, que además, ya se sabe, aquí son gratis y de calidad. El caso es que la buena o mala prensa de Andalucía no tiene nada que ver con lo que Andalucía sea en sí, o represente, sino que depende directamente de la imagen que se proyecte desde fuera, desde otras autonomías, como es el caso de Cataluña, aunque cualquier otra región rica de España ha aportado su granito de arena. A ver. Con Felipe González y Alfonso Guerra, sin duda se rompieron todos los moldes, y el AVE hasta Sevilla abrió un espacio para la regeneración de una tierra históricamente denigrada y vapuleada. Hoy día vivimos ambivalentemente esa visión paternalista y folklórica de una Andalucía que se mantiene en el ideal vegetativo de la siesta o la pereza, y por tanto despreciable, y una Andalucía moderna que lucha por hacerse un hueco lejos de los tópicos, el donaire y la hipérbole. Pero esta se encuentra en horas bajas, porque el crecimiento de las últimas décadas no le sentó bien a esa burguesía del norte, que ha instrumentalizado al sur como arma arrojadiza para reivindicar más su preponderancia, su poderío y, si no, tal y como han hecho los catalanes, pues rompo la baraja. Con la crisis —era de esperar— todo se enconó. ¿No es injusto? Un ejemplo preclaro fue Susana Díaz, una política intachable y una mujer ciertamente muy preparada para asumir el liderato en el PSOE, que sufrió ser andaluza, incluso contando con el aparato del partido... Ahora lo que se lleva es el señorito, pero no para bien. Ser andaluz no está de moda de ninguna manera, y la pátina de catetismo que implica no ha beneficiado en absoluto al equilibrio de las identidades culturales españolas, como si aquí todos fueran unos ceporros, todo el rato se contaran chistes, bebiendo rebujitos, o no sé cuántos otros clichés. En el fondo y en la forma, ¿no se ve como una estrategia más marcada por el signo del dinero? En este sentido, habría que preguntarse cuáles son los intereses que han movido esta desigualdad, este desajuste en los afectos regionales, en este tirar de tópicos y este desprestigiar barriobajero, y quién sale beneficiado. No se trata de partidos, ojo, que también, sino de clases. Y es que clases, como se suele decir, siempre ha habido.