Amor distópico
Ay, el amor, ese viejo problema, que tantos quebraderos de cabeza y tantos infortunios nos ha costado a lo largo de la historia. Aunque, afortunadamente, con el tiempo, hemos logrado neutralizar sus letales consecuencias. Salvo excepciones. Por ejemplo, la ciudadanía todavía está conmocionada por los recientes actos ilegales de la pasada festividad de San Valentín, protagonizados por numerosas parejas, que se encontraban bajo los efectos de estados alterados de conciencia, y que se prometían públicamente su amor eterno.
En nuestra ciudad, sin ir más lejos, se identificó a una pareja que pretendía casarse, y que aparentaba tener claros indicios de alteración en la conducta, por lo que, tras la preceptiva alerta, se les practicaron las pruebas pertinentes. El resultado fue inapelable. Tenían por las nubes los índices de dopamina, de oxitocina y de serotonina. No cabía duda, estaban profundamente enamorados. Por lo tanto las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado procedieron a inmovilizarlos y a anular su casamiento.
Y es que, la experiencia de muchos años de conflictos, nos ha permitido comprobar que decisiones fundamentales, como formar una familia, compartir un hogar y unos bienes materiales, soportar la convivencia cotidiana y procrear y cuidar de los descendientes, entre otras muchas problemáticas que conlleva una relación estable de pareja, no se pueden basar en algo tan cambiante y engañoso como es el amor.
Al principio, a la gente le extrañó la imposición de las medidas legales que supusieron la instauración del Régimen de Desintoxicación Sentimental. A raíz de la promulgación del Real Decreto Ley de 14 de febrero del año 2069, y de la Ley Contra el Activismo Romántico, entró en vigor un nuevo marco legal para preservar el bienestar familiar, por el que se empezaron a regir, en adelante, las relaciones de pareja. A pesar de la férrea oposición de los abogados especializados en separaciones y divorcios, que llevados por la desesperación y ante el hundimiento de su, hasta entonces, lucrativo negocio, protagonizaron violentas acciones de resistencia.
Gracias a Dios, la Iglesia se unió a la iniciativa cuando se impuso, desde el Vaticano, la circular de que los sacerdotes tenían la obligación de preguntar a los contrayentes si padecían algún síntoma de intoxicación romántica. Aunque es innegable que no fue una tarea fácil la de imponer el nuevo modelo de convivencia, pero poco a poco los resultados dieron la razón a nuestros legisladores. Debemos tener en cuenta que el amor era una epidemia endémica hasta épocas recientes. Menos mal que incluso los casos más graves de contaminación sentimental pueden recuperarse tras un tratamiento de desintoxicación amorosa en una clínica especializada. Así que, ya saben, si en algún momento sospechan que puede haber alguien, cerca de ustedes, en estado de ebriedad romántica, no lo dude, avise a las autoridades antes de que sea demasiado tarde. Afortunadamente, la población está muy concienciada gracias a las campañas publicitarias que cada año, con motivo del día de San Valentín, lanza el Ministerio de Sanidad y Consumo. La última de ellas, para evitar que las parejas cometan imprudencias bajo los efectos de combinaciones hormonales alteradas, contiene el acertado eslogan: no conduzcas drogado, ni te cases enamorado.