Amigo y profesor Buendía

    07 jul 2019 / 11:11 H.

    José Luis Buendía López, el amigo necesario, el buen y grato profesor de literatura, de voz timbrada y talante abierto, ha salido por la puerta grande de su paraíso interior, sus libros son su testamento, Jaén su riqueza y su modesto edén. La Parca malaje, como él decía en alguna ocasión, le ha robado demasiado pronto la estampa de nuestros olivos tan queridos y el aliento cómplice de su compañera Tere. es.

    Ha perdido Jaén un jiennense altivo, un doctor en magias y alquimias jaeneras, un caminante incansable de los senderos culturales que nos brinda esta tierra. José Luis hurgaba en los personajes y se complacía navegando por los derroteros que nos llevaban a eso que ha venido en llamarse la España profunda, colmada de bradomines, tenorios, pícaros, alcahuetas, curas con barragana, toreros míticos, cantaores de la gitanería, miserables truhanes y tristes escribanos engolados, esa España que él conocía por lecturas y vivencias, empapada de sentimientos encontrados y antagonismos extremos. Pienso que José Luis buscó en Jaén y sus pueblos, con vehemencia y entusiasmo, lo que su esencia forjada en literaturas, tauromaquias y cantes le pedía que encontrara en este sitio de aceitunas, en la capital del bello paso de Despeñaperros. Y así lo dejó translucir a través de sus libros, conferencias, artículos, charlas y pregones.

    Quiero rescatar de la memoria amable, algunas ”compañerías” que tuvimos, cuando éramos felices, indocumentados y sobre todo amigos, siendo innecesario añadir que Buendía me aventajaba sobradamente en bagaje vital, intelectual y cultural. Recuerdo aún y ahora, con la ternura agradecida de un hombre de sesenta décadas, cuando él y otros profesores del antiguo Colegio Universitario nos apadrinaron un libro de pretendidos poemas a un grupo de incipientes poetas con más ilusión que oficio. O aquél viaje que emprendimos, en aquél tórrido verano, desde Úbeda a Soria para encontrarnos con el olmo seco, viejo y hendido por el rayo, que Machado había cantado en sus versos. Y como no acordarme de aquellos peregrinajes en tertulia ambulante por las tabernas más añejas del viejo Jaén, y de las rutas que como entregados capillitas y pasionistas laicos hacíamos por los templos y sus imaginerías en los primeros días de las semanas santas del tradicional “Abuelo”.

    No quisiera que estas palabras sentidas se quedaran en el consabido artificio del obituario, sino que fueran un reconocimiento a un hombre que amó a esta tierra, y que en consecuencia Jaén le debe. En lo que a mi concierne, amigo, te me quedas en la sangre, y ahora voy de tu corazón a mis asuntos, compañero tan temprano.