A veces es lo que parece

16 may 2017 / 10:05 H.

Días atrás decidí dar un paseo por el centro de Jaén aprovechando las buenas temperaturas y la tregua mínima que el polen nos deja a las personas alérgicas entre floración y floración. Desplazarse al centro de la ciudad a pie es uno de los ocios más edificantes para una persona. Los especialistas predicen beneficios para la salud y un corazón sano. No creo que lo interesante esté en el corazón sino en las emociones. El valor radica en que dinamiza las constantes vitales. Por esto encuentro clara la máxima de Wagensberg: “El cerebro se inventó para salir de casa y la memoria para volver a casa”. La vida no es un mecanismo que funciona de forma automática. Es algo más. Nos relacionamos persona a persona. Es el valor de caminar por Jaén. No necesitas ser un ciborg con extensiones cibernéticas. Aquí puedes preguntar y te contestan. En el paseo encontré a Elena. Resultó agradable descubrir que coincidíamos en el mismo objetivo. No me extrañó, lo de prestar atención a las personas se nos da bien. Competencia adquirida de la que no te puedes desprender. Es una actividad en peligro de extinción, va en contra del interés establecido. Consumir.

Durante el paseo pudimos acercarnos a un significativo abanico de percepciones que tienen las personas sobre su realidad. No se trataba de un análisis demoscópico, pero había reflexiones reveladoras. En nuestro diálogo comprobamos lo complejo de afirmar que se está pensando y sintiendo. Se comenta según la semana. Jaén es una ciudad pequeña y aquello que se sale de lo común es llamativo. Lo “común” es lo compartido colectivamente, asumido por obvio, por la impotencia del que no es escuchado. De esto no se habla, se siente. Las personas por la calle hablan del paro y lo vinculan a una estereotipada relación como comentaba José: “y luego se lo llevan todo los políticos ladrones”. En cambio, su pareja —María— advertía la importancia de Expoliva. Giner de los Ríos afirmaba que un paisaje no es solo mirar. Hay factores, fuerzas y seres que lo construyen. El paseante ha de tenerlo en cuenta. No encontré opiniones sobre congresos y disputas internas de los partidos políticos, el éxito de la gestión del parking de Ifeja o afirmaciones sobre el regreso de la feria del libro a la calle. En cambio había un tema que se repetía como la sintonía electoral, la suciedad en la ciudad. Comprender la ciudad requiere escucha activa. Captar y responder a las personas desde una disposición a oír en sus propios términos. Su necesidad sentida.

Entre tanto no fui consciente de la distancia recorrida, por lo que decidí subir al autobús urbano del que un paseante no suele ser usuario. Al subir, perplejidad. Allí en la entrada estaba ese objeto inaccesible al tránsito que me retrotrajo como la máquina del tiempo a mi adolescencia. El torno. En mi sorpresa pregunté por su existencia a dos personas jóvenes que me precedían. Su respuesta fue clara. “¿Esto?... es la molestia que tenemos que pagar para que no te olvides de que estás en Jaén”. Me pareció dura la respuesta —no exenta de sarcasmo— por el contenido y el tono expresado. En la respuesta quise comprender lo que quiere decir mi amiga Almudena cuando hace referencia al hartazgo de una situación y decide homenajear a su madre empleando una expresión de esta. “¡Y dale Perico al torno!”.