A mi amigo Felipe
Tengo un amigo que sobresale en el terreno del conocimiento y preciosismo de los diferentes tipos de narrativas. Es dueño de una abrumadora cultura y está dotado de una omnipresente invectiva que coloca en cada una de las frases que después reflejan un aire grave lleno de afectación y en el que él parece nadar en la alegría con expresiones propias y precisas que diseccionan este modelo de sociedad insostenible que sigue la senda de las respuestas equivocadas. Él, a veces juega con el sonrojo de bromas convertidas en un ritual que los demás sabemos digerir y eso que pasó por nuestros ojos encendiendo unas mejillas que se oxigenan con un grado de libertad al que no estamos acostumbrados en estos tiempos de puritana actualidad. El contenido de sus relatos no se da aires de aparentar nada porque dicen más de lo que en realidad ha pensado. Habla de la verdad estúpida e impenetrable que nos permite alcanzar un nivel de entrañable y arriesgada familiaridad. Es innegable la inquietud que despierta en cada palabra de su prosa: a veces galdosiana, a veces tan realista que desgarra los principios fundamentales de la sociedad. Parece objetivamente que desmenuza la idea tentadora de acometer argumentos que por su frescura no son ni opuestos ni incompatibles entre sí. Nos tienta con cualquier cosa bien analizada que contiene una sorprendente fuerza que un estudioso como él, debe analizar si no quiere padecer un síndrome de carácter cerril. Nos sentimos raptados por su prosa y obligados a participar de su llamada poética, que de viva voz hace que nos preguntemos qué quiere Felipe Molina de nosotros. Qué esconde tras sus relatos que parecen salir de un monólogo interior, que parece querer habitarnos, envolvernos y hechizarnos. Cambia en cada relato de apariencia y con una lucidez expresiva se desdobla con nuevas propuestas innovadoras con las que recupera el protagonismo que se decanta felizmente por un tipo de literatura de la buena. Nos hace ver que nos merecemos lo mejor de su pluma y basta con una pincelada para colocarnos ante la evidencia de una profusión de lenguaje que nos avasalla y nos hace flotar de satisfacción. Tras leer su último relato, nos pone delante de la necesidad de leer el próximo, porque la vida tendrá sentido si deseamos impregnarnos de la jerga literaria que Felipe pone con cariño al servicio de sus lectores.
Es esta una edad joven en la que actúa sin fanatismo, porque pone al descubierto el deseo de reclamar para sí una independencia que contribuya a divulgar su creatividad y una personalidad propia inspirada en la fuerza de una pluma que brota de cada uno de sus planteamientos inspirados en las dotes de escritor en activo que denuncia temas con un estilo repleto de exquisitos toques literarios, a veces románticos y otras, rezumando puro sarcasmo, envuelto en puro talento que combina la integración cultural con un estilo alejado de los tópicos y disfraces que matan la capacidad de crear e innovar en sus manifestaciones literarias. Coincidí varios años con Felipe en el aula de mayores y he visto florecer su pluma en contextos que tienen mucho de sensato que ofrecernos ya que se superan cada día con un frondoso lenguaje que viaja con la imaginación y ata al lector al sillón para llevarlo hasta territorios inéditos. A sus años, Felipe recibe lo que se merece, porque bien que se ha ganado la fama de ser un escritor giennense genial.