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    31 jul 2021 / 17:07 H.
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    Todas las piedras me cuentan, cómo se mide el tiempo. Que solo cogiendo el viento se lucen y se adecentan. O que a las aguas permiten, pasear limando sus filos, y grabando finos hilos, días y años le transmiten. Llegan incluso a dejar que los humanos las tallen, y entre piedra y piedra encajen, los tiempos que han de pasar. Ocurre así en la Catedral de Jaén, faltaría más. Si a alguien se le ocurre subir y medir, solo por curiosidad, el ancho de las puertas que jalonan la puerta principal, comprobará con incredulidad que de filo de piedra, a filo de piedra, van dos mil ochocientos ochenta milímetros. Lo que nos viene a decir que el radio del arco que las enmarca mide mil cuatrocientos cuarenta milímetros. Llama la atención que fueran cien veces mil cuatrocientos cuarenta lo elegidos para entrar en los reinos de su Señor. Llama la atención que un día, dure mil cuatrocientos minutos. Llama la atención que faltaran doscientos años para inventar el metro. Pero la piedra guarda el secreto que ni los vientos, ni las aguas, ni los ruidos, ni los tiempos, ni los hombres conseguirán descubrir. Y aunque las aguas no corran, ni en piedra escriban la historia, ni muevan de sitio la tierra, y un silencio eterno se adueñe del todo porque no quede nada, ni nadie, para romperlo, siempre te amaré. No hay amor más eterno que el amor de las piedras. Aunque sean lápidas.

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