Un testimonio centenario desde el barrio de San Juan

Manuela Méndez, vecina de la capital, es historia viva del último siglo

14 jul 2025 / 11:30 H.
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Antes de que internet irrumpiera en nuestras vidas, y los “smartphones”, tabletas y ordenadores abrieran las puertas de la información a golpe de clic, hubo una época en la que sentarse junto a una persona mayor para escuchar lo que tenía que contar resolvía todas las dudas que se pasaran por la cabeza. Sabiduría de los mayores, la llaman. Testimonios vitales que cada vez escasean más, y que si no se escuchan atentamente, se perderán para siempre, muriendo con ellos una parte de lo que somos hoy, de lo que construyeron para nosotros ayer.

Manuela Méndez Jiménez cumplió el pasado jueves 10 de julio 100 años, un siglo de vida. Un siglo en el que fue testigo de una república, una Guerra Civil, 40 años de Dictadura, una transición democrática, la consecución de la autonomía andaluza y la llegada de la era de la información. Conocimiento e información que aún conserva en su cabeza, la misma que, pese a los achaques lógicos de la edad, le hace recordar cómo ligar notas en un piano. Se sirvió de él, el día que se hizo centenaria, para deleitar a unos pocos privilegiados con su talento. “Me gusta tocar música clásica, y a veces cancioncillas”, se sinceró, algo abrumada por la expectación.

El paso de los años la privó de parte de su visión, le deterioró su agudeza de oído e incluso deformó su memoria a corto plazo. Pero lo que en estos 100 años de vida Manuela Méndez no ha conseguido olvidar fueron los duros años de la guerra y los más terribles aún de la posguerra. Recuerda cómo sonaron las bombas en 1937, cuando el ataque a la capital la sorprendió en la calle con su abuela. También rememora con lucidez juvenil lo que fueron las colas del hambre, con la cartilla de racionamiento en la mano. No podrá olvidar nunca cómo las malas lenguas de esas filas insinuaron que su padre era un fascista. “¿Qué es un fascista?”, recuerda que le preguntó su padre cuando ella lo interrogó al respecto. Las cosas del hambre y la miseria.

Dedicada a su casa, cuidó, como miles de mujeres, de los más pequeños del hogar incluso cuando aún le tocaba a ella ser la receptora de esos cuidados. Lectora empedernida, devoraba libros y conocía al dedillo todo lo que ocurría en Jaén durante “los años oscuros”, como ella los llama. También recuerda su barrio, San Juan, lugar al que viaja cuando se le pregunta por el día de su boda, con una sonrisa en los labios y los ojos vidriosos de la emoción.

Este sábado, su familia se reunió con ella para celebrar un siglo en este mundo. Algo aturdida por el ajetreo, repartió besos y reconoció caras, las mismas que hacía tiempo que no veía porque moran lejos, más allá de los límites de su querida Jaén. Estuvo acompañada de su hijo, Bernardo Jurado, de sus nietas y de sus cuatro biznietos, amén del resto de la familia. Aleccionó a sus biznietos cuando se le pidió un consejo para ellos: “No se deben afanar tanto por el trabajo, hay cosas más importantes en esta vida”. La familia al completo guardó silencio mientras ella hablaba, comprendiendo que cada sentencia, cada opinión y cada palabra que salió de su boca, era una pequeña dosis de sabiduría. De sabiduría centenaria, mejor dicho.

Jaén
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