Lugares singulares, únicos, maravillosos y fresquitos: Los Cañones de Jaén
Las aguas frías y cristalinas del río Frío serpentean entre las imponentes paredes de roca, que crean un espectáculo natural de luz y sombra
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Faltan adjetivos para definir un lugar que forma parte del imaginario colectivo de Jaén ciudad y de los jiennenses, pero que quizá no por mayoría aplastante se hayan zambullido en los adentros de un capricho de la Naturaleza, como el paraíso acuático de Los Cañones. Están aquí mismo, a un paseo desde el Puente de la Sierra y que en apenas unos cientos de metros te zambulles de lleno en una cerrada de paredes cuya verticalidad quita el hipo. Agua transparente que se hace juguetona por momentos, también se calma lentamente en las pozas naturales y donde apenas hay vegetación; todo es agua y piedra, piedra y agua, salvo alguna hierba, un arbusto que detiene los principios la gravedad. Es un paraíso impensable de aquí mismo, algo inmensamente bello. Son Los Cañones de Jaén, pero también los conocemos por Cañones del Ríofrío, Cañones del Puente de la Sierra o del Río Eliche, que es el río de Los Villares, aunque nace en Martos y se haga famoso en su capitalino tramo final, antes de sumarse al curso del río Jaén. Hay que atreverse, calzarse bien por las piedras del fondo del río y adentrarse por el cañón contemplando semejante estampa, dejándose llevar por los sonidos del agua si transita rauda o la cerrada se hace meandro. Son cuatro kilómetros de un frescor y un sabor a vida que nos deja boquiabiertos, con zonas por las que el agua se torna vigorosa pues pasa entre paredes de apenas un metro de distancia, entre paredones por donde apenas entra el sol una hora al día. Agua clara y fría, da gusto en verano ese repelús inmenso, agua despampanantemente pura que explota en colores según la profundidad, el tono de las piedras calizas o se hace reflejo permanente de las nubes que habitan en el cielo de Jaén. Los Cañones tienen fama de largo, quizá a los más mayores les venga a la memoria la piscifactoría y la pasarela, pero hay que ataviarse de verano y calarse en ellos hasta el tuétano.