En la jubilación de Miguel Ortega... Artículo de Manuela Rosa Jaenes

Miguel Ortega y su camisa desplanchada

30 dic 2023 / 12:20 H.
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El mismo año que hice la Primera Comunión empezó a trabajar él en Diario JAÉN. No quiero con esto ni más ni menos que romper el hielo del comienzo de un texto que tampoco sé cómo terminaré, pero, como todo en la vida, lo importante es empezar, dar el primer paso, como hizo Miguel Ortega Bueno (Torredonjimeno, 1958) aquel día de 1984 que decidió cambiar la pizarra y la tiza, esa que ahora no se usa, por la máquina de escribir, objeto de reliquia. Sus primeros andares fueron como los grandes políticos curtidos en el municipalismo, apegado al terreno de su pueblo, para contar a la gente lo que le pasa a la gente, la razón de ser del Periodismo sin que haya revolución tecnológica que la pueda cambiar. Engrandeció la palabra corresponsal con una labor que lo encumbró a la Redacción del periódico en menos que canta un gallo y, en un suspiro, pasaron cuarenta años —casi— de entrega a un oficio en el que hizo de todo y, lo más importante, atravesó el presente sin notoriedad y creó escuela en la casa que empezó y en la que finaliza ciclo vital.

Periodista de raza, de los que escudriñan entre las fuentes y no se conforman con el primer titular, de los que dan más vueltas que un trompo a cada frase y de los que preguntan hasta por el carné de identidad, supo adaptarse a los incesantes cambios tecnológicos de la profesión sin desplancharse la camisa muy pocas veces acorbatada. Pasó de la máquina de escribir al ordenador sin decir ni “mu”, dio el salto del blanco y negro al color sin pestañear y se subió al carro de la digitalización sin pasar por la casilla de salida. Miguel Ortega creció en una España de tardía posguerra donde los niños merendaban lo que había y el mejor alimento para la inteligencia era el hambre. Siempre tuvo un espíritu rebelde con causa y, sobre todo, muchas ganas de hablar, porque ahí la única que le gana es su madre. También de leer, que es como se aprende, aunque los “nuevos” se afanen poco en ello. Con mirada realista de la vida, el maestro estudió en la Universidad Laboral y en la SAFA de Úbeda antes de hacerse periodista, consciente de que el ser humano siempre tiene posibilidades de alcanzar la felicidad, que el fracaso consiste muchas veces en triunfar y que los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía.

Vivió aquellos años del humo del cigarro en la Redacción, de las noches alargadas en la búsqueda de la crónica y la distensión y de los días que, de sol a sol, no había más vuelta de hoja que la de dictar sentencia en las páginas de un periódico que tienen mucho de él. Columnista nacional atrapado en un periódico de provincias, su estilo no se limita al sujeto, verbo y predicado, sino que entronca con lo literario en composiciones periodísticas con una fuerza metafórica que, en el tránsito del placer por la lectura, a uno se le escapa aquello de “qué cabronazo”. Un día le pregunté que por qué no escribía una novela y, como en las respuestas es de los que siempre se van por las ramas, saqué la conclusión de que sus escritos están cargados de todo lo que pueda necesitar una novela.

Con capacidad sobrada para cantar el “Candemor” de Chiquito de la Calzada mientras escribe la página 5, la honestidad de su pluma enmarca un currículum en el que importa hasta la grapa, porque no hay mayor honor para un periodista que retirarse por la puerta grande, como los toreros de verdad, sin que un solo lector cuestione la veracidad de sus escritos. Lo de cantar no se le da mal, pero lo de la agilidad de sus dedos al aporrear el teclado como explosión máxima de lo que maquina su cabeza es harina de otro costal. Un paseo por sus reportajes, entrevistas, editoriales y columnas de opinión deja en evidencia que detrás de cada compilación de frases hay un don del que disponen sólo algunos escritores. Llegar a la última enzima del fino paladar literario, deglutir con fruición la concatenación de adjetivos y sustantivos acoplados al sutil verbo, en artículos repletos de estimulante y juguetona imaginación, es algo destinado a pocos de ellos, poquísimos.

El caso es que el protagonista de esta historia de actualidad se integró en la Redacción de Diario JAÉN en 1989 y, desde entonces, es pieza clave de una familia en la que empezó como el hijo que acaba de nacer hasta convertirse en el padre de una generación de periodistas que nada tiene que ver con la coetánea de su tiempo. Lo de abuelo se lo reservamos a Miguel y Antonio, las joyas de una vida en la que lo difícil está en conseguir el equilibrio entre familia y trabajo. Habrá que preguntarle a Luisa cuál es el secreto para aguantar el tipo y al tipo. Paréntesis personales aparte, donde lo primero siempre es lo primero, hay anécdotas que, si hubieran quedado anotadas en servilletas de papel, hoy estarían compiladas en un libro. Sirva como introducción que, nada más aterrizar en el polígono de Los Olivares, le tocó cubrir la huelga general contra el Gobierno socialista de Felipe González, y para los anales de la historia quedará, en los tomos de periódicos encuadernados, lo que publicó un equipo que él lideró. Valiente en sus mensajes, que le pregunten a Cristóbal López Carvajal, inaccesible a las entrevistas en aquella etapa de liderazgo político, por aquel artículo de verano cuya repercusión rompió fronteras.

Así eran y son sus columnas, en pasado y en presente, de las que dejan huella y elevan a la gloria... Hasta en Deportes, donde este aficionado golfista —en el sentido literal de la palabra— hizo sus pinitos con el Real Jaén y con el Memorial Francisco Ramón Higueras, en aquel vuelo de Iván Pedroso que lo catapultó como campeón del mundo. A Iván, no a Miguel. Lo de cuadrar los editoriales desde la cabina de teléfonos más cercana al ferial también queda grabado en la memoria de quienes tuvimos la suerte de aprender de él y con él y, de paso, llevarnos más de un broncón, porque siempre defendió que, en Periodismo, más vale vergüenza en cara que dolor en el corazón o una verdad sucia antes que una mentira limpia.

Hubo ocasiones en las que se equivocó, pero sus errores y su tozudez nunca salieron de la Redacción. Sirva como anécdota aquella madrugada de fin de año, con el Efecto 2000, que tuvo toda la noche en vela a un redactor pendiente del apocalipsis hasta que, a las cuatro, no le quedó más remedio que dar su brazo a torcer. Su misión siempre fue escribir y, por supuesto, informar desde el relato, sin aportar glamur a la entelequia de vanidades diversas, en una trayectoria profesional centrada en Diario JAÉN, donde fue cocinero antes que fraile. Redactor, jefe de Sección, redactor jefe y subdirector, escribió sobre economía y sociedad, fue cronista político y editorialista, además de columnista de Opinión. Tampoco hay que pasar por alto su etapa como corresponsal en Jaén de “Diario 16 Andalucía” y de “El Independiente”, además de tertuliano de Onda Cero Jaén, porque la mochila de la experiencia se llena cuando uno da el callo, y de esos tiene algunos en lugares que no es cuestión de desvelar. El periódico “Odiel” de Huelva, con pasodoble incluido, y la Cadena Ser de Linares y de Extremadura tuvieron el privilegio de contar con su sapiencia en esos momentos de la vida en los que uno dice “ahora o nunca”.

Hasta que llegó el día del regreso para volver a volver, como dice la canción, aunque no por arrepentimiento, sino por convicción y, sobre todo, por vocación. Una de las máximas que se enseñan en las facultades de Periodismo de este país es que el periodista nunca debe ser el protagonista de la noticia, aunque haya quienes se la salten a la torera por aquello del egocentrismo, la superficialidad del oficio y, en parte, porque tampoco se trata de una ciencia encorsetada. La jubilación de Miguel Ortega deja claro que no siempre se pueden cumplir las normas y que, como todo en la vida, hay excepciones que merecen la pena relatar. El único “pero” es que se jubila sin ver al Atlético de Madrid ganar la Copa de Europa. Otra vez será.

Jaén
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