El mal no tiene la última palabra

23 mar 2020 / 13:15 H.
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Tanto poder tiene el mal sobre nuestro mundo? Es la pregunta que nos hacemos admirados por lo que estamos viviendo y que nos ha cogido de improviso y nos ha puesto a la intemperie. Pero, ¿cómo no se ha previsto esto? ¡800 muertos en una semana son muchos muertos! Pero el mal no puede tener la última palabra aunque nos haya metido el miedo muy dentro. Es más fuerte el bien que llevamos dentro aunque el mal haga más ruido. Pero ahora toca pasar esta travesía de la mejor manera. Con cuidado y responsabilidad: no salir es no salir. Demasiado tienen ya los que tienen que hacerlo pensando y trabajando para los demás.

Cuando suceden estas cosas tan inesperadas y de tanto calado, uno se bloquea y necesita su tiempo para ir poniendo “las cosas de dentro” en su sitio. Vienen los “por qués” y las dudas... y, a veces, hasta las desesperanzas. Pero no nos vamos a dejar influir por el mal, porque por dentro, “el hacedor” del bien, que es Dios, nos fortalece. Es fácil deprimirse cuando no se le ve el final a esto, pero ahora toca ser fuertes, no estamos solos y juntos hay que luchar. “Yo estoy contigo”, dice el Señor.

Esta experiencia que está generando tanto miedo, sin embargo ayuda y aporta sus cosas positivas: mucho tiempo libre para pensar, para orar, para reflexionar, para leer, para encontrarnos con Dios y consigo mismo...

Estas vivencias aportan mucho porque normalmente cuando uno se encuentra a la intemperie, y el virus nos ha puesto a la intemperie, afloran muchos sentimientos y se formulan muchas inquietudes. ¡Por eso los desiertos de la vida son buenos! No solo erosionan, también enseñan y se valoran lo que se tiene y lo que no se tiene, el ayer y el hoy, se reconocen muchas torpezas, se perdona uno a sí mismo y es más comprensivo con los demás, se analizan actitudes... en fin, se crece.

“La intemperie de la vida” se vuelve compañera de camino y nos enfrenta con nuestro propio “ego”, nuestro propio yo y hasta uno aprende a quererse “tal cual”, sin sueños añadidos y con los pies en el suelo, y a ser más tolerante con los defectos de los demás.

Esta intemperie es una oportunidad para cada uno “replantearse y reajustarse” cosas y situaciones, reconciliarse cada uno con sus propio limites y opciones, asumir nuestra propia vulnerabilidad y crecer en solidaridad, en empatía y en compasión siendo tolerante y andando algunos metros en el zapato del otro, y así aprendemos a aceptar lo que llega sin resignación y acogiéndolo como oportunidad. Y viviendo la responsabilidad de lo que está en nuestras manos viendo soluciones sin poner en riesgo a nadie.

Como dice Roberto, un amigo cubano: “Lo que sucede conviene”. Al menos los zarandeos de la vida, a veces, suelen ser buenos, la poda de las ramas secas de cada uno también y así preparar el terreno para una siembra mejor.

Hoy nos toca asumir y aceptar lo que hay, preparando el cambio y la llegada del nuevo día para ver con claridad lo que cada uno debe hacer y nos requiere la vida.

Dice el gran maestro de la mística Eckhar: “Que el hombre acepte todas las cosas como si el mismo las hubiese deseado”. Y habiéndolas aceptado ponga en todo lo que haga amor, responsabilidad y solidaridad.

Y como el mal no puede tener la última palabra, hemos de luchar codo con codo, corresponsables y solidarios, a la vez, para primero “llorar” por los que se van y por los infectados; segundo nos alegraremos de tantos que siguen agarrados a la vida y alegres por tantos que se derraman por los demás, hasta entregar lo mejor de ellos. Y por ultimo —como dice Pablo D’Ors—, “calma”, sabiendo que todo lo que pasa nos fortalece y será para bien, y sobre todo mirándonos adentro, ayudemos a colocar todo lo que en nuestra vida pueda estar descolocado. “¡Cuando el corazón está en su sitio, todo lo demás se recoloca!”.

Jaén
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